El mal irreparable

Vivimos un 2025 descabellado. No hace falta recordarlo: en Gaza, el genocidio; en Ucrania, la invasión injustificada; en Rusia, la dictadura que ha causado una guerra derivada del deseo de venganza; en Sudán, la devastación humana; en EE.UU., el abuso de poder que desgasta su democracia y perjudica al orden político mundial; en la UE, una visión estrecha y cortoplacista.

Hay una constante en estos hechos: por haber querido conseguir lo imposible, el autor del conflicto ha acabado siendo el más perjudicado. Israel ha buscado exterminar a Hamás con una guerra que –por su propia crueldad– le refuerza socialmente en Palestina. Rusia, al intentar anexionarse a Ucrania por la fuerza –que no tiene–, ha causado una destrucción que los ucranianos no olvidarán. La guerra civil de Sudán ha distanciado aún más a las dos partes enfrentadas. La prepotencia de Donald Trump ha dañado la imagen de EEUU como centro de la libertad y la democracia. La UE, sin asumir un plan económico y político de desarrollo, ha perjudicado a sus propias instituciones, incapaces de liderar Europa.

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El pueblo judío ha sufrido la persecución a lo largo de la historia: los echaron de su tierra y de los estados donde vivían, empezando por España en 1492. Le han condenado a vivir refugiado, consecuencia de la diáspora, le han perseguido y obligado a vivir en guetos, y le han aniquilado de manera sistemática en Alemania y. demostrado que lo que les han hecho a ellos lo han replicado con los palestinos. La excusa del terrorismo es demasiado grosera y simplista. El daño, autoinfligido, en la imagen del pueblo judío ha sido histórico.

Pero el futuro es esperanzador. Netanyahu y Likud no ganarán las próximas elecciones. Es difícil pensar que una mayoría del pueblo de Israel, culto y civilizado, apoye a quien los ha desprestigiado y les ha impulsado a una barbarie sin salida. Habrá otro gobierno que, sin traicionar la defensa de Israel, abandonará la guerra de exterminio y una política que ni tiene salida, ni lleva a ninguna parte. Los israelíes se han quedado sin enemigo en el sentido de que ellos invocan la palabra.

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La guerra de Ucrania ha llegado a un punto muerto. Rusia no tiene fuerza para ganarla y Ucrania tampoco, si no logra más armas de Occidente. Pero el resultado ha sido devastador: cientos de miles de bajas. Rusia ha perdido el mercado de exportación de gas y petróleo a Europa y, aunque haya encontrado otros, no son equivalentes ni en volumen ni precio. Pero, sobre todo, la guerra ha fortalecido a la OTAN. La alianza, que se encontraba sin rumbo, ha encontrado su razón de ser a consecuencia de la guerra, y junto a sus dos nuevos miembros –Suecia y Finlandia–, se ha aproximado geográficamente a Rusia: finlandeses y rusos comparten más de 1.300 km de frontera.

Desde la invasión napoleónica de 1812, la estrategia militar rusa se ha basado en atacar al enemigo sin dar importancia a las propias bajas. Pero esta estrategia, en un siglo XXI en el que el patriotismo y la épica no tienen el mismo valor que hace cien años, se ha demostrado quiebra: Rusia ha tenido que endurecer la dictadura y recurrir a las cárceles y mercenarios para encontrar soldados. Si Putin tuviera fuerza para ganar la guerra, lo habría hecho ya. Pero el desgaste social y el coste económico de la guerra le han llevado a un punto sin retorno. Ante su pueblo, Putin necesita una gran victoria que no va a conseguir. El régimen sólo se mantiene por el terror que practica.

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El presidente Trump despliega una política exterior imprevisible. Su afirmación que ha detenido ocho guerras no merece comentarios. Sin embargo, progresivamente se ha hecho evidente que las victorias que ha logrado no son más que titulares propagandísticos. La paz en Israel es precaria, porque no ha parado sino pausado el agresor, sin resolver el problema. La paz en Ucrania está lejos y sólo la fuerza moverá a Rusia. El choque entre Trump y Putin demuestra que el ruso quiere ganar tiempo: piensa, equivocadamente, que Occidente abandonará Ucrania, y Trump no sabe qué hacer. Si practicara una estrategia militar dura, llegaríamos a un punto en el que una Rusia amenazada reaccionaría con la contraamenaza de una guerra nuclear. La derrota de Rusia no debe ser ni demasiado absoluta ni demasiado evidente.

Sin embargo, el peor agravio de la política de Trump es el daño a las instituciones estadounidenses. Las detenciones en grupo por expulsar a migrantes, la utilización del ejército para políticas de orden interno y su presencia permanente en las calles para desprestigiar a la autoridad civil si es demócrata, la persecución judicial de quienes se oponen al poder ejecutivo –como Comey, ahora imputado, y el exconsejero de Seguridad Bolton–, el exconseller de Seguridad Bolton–, el exconseller de Seguridad Bolton–, esto, en el contexto de una UE que muestra una indecisión y un miedo que la desprestigían como institución: ella es la primera víctima de su fracaso.

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Hay un dicho catalán que dice que todo vuelve a su sitio. Las fuerzas positivas y negativas del mundo se equilibran y los hechos vuelven a una cierta normalidad. Pero el mal causado es irreparable: no se puede recomponer el jarrón roto en mil pedazos. Y lo que es más aleccionador: la tesis que dice que quien causa el problema es quien sufre más las consecuencias se demuestra cierta, quizás no de forma inmediata, pero con certeza absoluta.