El mal no prevalecerá
Desde la tarde del jueves desde que habemus papam y no: ninguno de los vaticinios ni las porras de los vaticanistas de ocasión ni acertaron en que el elegido tuviera que ser Robert Francis Prevost, de Chicago pero nacionalizado peruano. De hecho, ni siquiera se acercaron a ella. Y no, la Iglesia no ha iniciado la contrarreforma, como preveían la gran mayoría de los augurios preclaros, ni ha caído en manos de los sectores ultracatólicos que según algunos tenían preparada una ofensiva imbatible. Y no, el papa Francisco no debió de ser tan desordenado ni tan taralirot como algunos le pintaban, porque el cónclave ha dado continuidad a su legado doctrinal, pastoral y político. Si esto hubiera ocurrido después del pontificado de un papa conservador, una muchedumbre de analistas con los ojos en blanco estarían hablando de la sutileza de una tradición de dos mil años de diplomacia, etc. Sin embargo, si sucede a la hora de dar el relevo a un papa progresista, resulta que se trata de una carambola. Vuelve a imponerse, por tanto, la ley no escrita de la rebaja automática de la valoración cuando los progresistas alcanzan –o mantienen– cotas de poder.
La frase del título ha sido profusamente repetida y comentada estos días, y en ese mismo diario ya la analizaba, el viernes, Antoni Bassas. Pero es necesario repetirla, porque son palabras importantes: son una palabra de poder. Es un posicionamiento, un llamamiento y una declaración de principios y objetivos, todo a la vez. El daño no prevalecerá. Habría que muchos lo comprendieran con los huesos, que lo entendieran íntimamente. Es difícil, porque debería empezar por entender que su poder como gobernantes es estéril si está abocado al mal. Peor que estéril, es nocivo. Peor que nocivo, es abominable. Ya decía William Blake, el poeta que estaba en contacto con los seres no visibles: "Quien puede hacer y no hace, crea pestilencia". No fue el caso de Francisco, y por lo que se vislumbra en estos primeros compases de su pontificado León XIV tiene la clara intención de que tampoco lo sea en el suyo. El mal no es tan sólo ausencia del bien, como razona la doctrina teológica que afirma que todo lo que existe es bueno, por el hecho mismo de existir, y que por tanto lo malo, en propiedad, no existe: el bien sería, desde este punto de vista, sustancial, mientras que el mal sería insustancial, e incluso inexistente.
Pero existe, claro. El mal no sólo es el odio contra los demás: también tiene que ver con la banalidad, la negligencia, la necedad. Es importante identificarle, no reírle las gracias. Es letal creerse más listo que los demás. El mal es la muerte, pero la muerte, como entendió otro poeta, Dylan Thomas, tampoco prevalecerá. Nos lo dejó escrito en estos versos, que leemos traducidos por Miquel Desclot: "Nudos, todos los hombres muertos serán uno / con el hombre al viento y la luna al poniente; / cuando sus huesos, lisos, se habrán fundido / tendrán estrellas en el codo y en el pie; / si se vuelven locos, mantendrán el; si los amantes se han perdido, el amor vivirá;