Mazón se esconde en el odio contra el catalán

El martes había debate de política general en las Corts Valencianes, el primero desde la DANA, de la que hará once meses el próximo lunes. Durante buena parte de estos once meses parecía que la carrera política del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, estaba sentenciada, tras la inepta, mentirosa e irrespetuosa gestión que él y el Consejo que preside hicieron de esa catástrofe. El balance, como es sabido, es de 228 víctimas mortales, buena parte de las cuales podrían haberse salvado si el 29 de octubre todo el mundo hubiera atendido a sus responsabilidades. Hasta la fecha, no ha habido forma de aclarar dónde estaba Mazón durante las casi dos horas que transcurrieron entre la hora de abandonar el almuerzo en El Ventorro y el momento en que apareció en el Cecopio. La opacidad sigue siendo total, y el trato dispensado por la administración a los familiares de las víctimas ha ido desde el desprecio y los insultos hasta los intentos de manipulación chapucera.

La vida política de Mazón se salvó, como suele decirse, por la campana, gracias a un giro de guión en el que Vox le aprobó los presupuestos a cambio de asumir íntegramente su programa de ultraderecha neofranquista, algo que Mazón ha hecho —todo sea dicho— sin ningún esfuerzo. Dentro de este programa tiene un papel fundamental el odio a la lengua catalana, esta venenosa antigualla que el nacionalismo español arrastra desde el siglo XVIII. En 2025, en pleno siglo XXI, el odio contra el catalán no sólo no se ha deshecho como el coprólito ideológico que es, sino que se ha enquistado en forma de obsesión, alineada con el resto del extenso catálogo de odios que predica la extrema derecha. El gobierno de Mazón ya ha trabajado a fondo, mediante la labor de crispación social y de asedio contra la escuela pública practicada por el conseller de Educación, José Antonio Rovira, amigo íntimo de Mazón y un verdadero hooligan del españolismo más tronado y rancio.

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Sin embargo, los nuevos compromisos con Vox exigen redoblar la intensidad de los ataques contra el valenciano (es decir, el catalán) y el martes, en una sesión parlamentaria de la que podía salir tocado, Mazón encontró que era el momento de acudir a este comodín. Anunció un nuevo ataque contra la Academia Valenciana de la Lengua (autoridad oficial en cuestiones lingüísticas en el País Valenciano, defensora del rigor filológico y de la unidad de la lengua catalana): ya le han recortado la asignación presupuestaria a la mitad, y ahora pretenden cambiarle el nombre para que sea academia de una supuesta lengua. No tienen la mayoría suficiente para hacerlo, pero la bomba de humo ya había sido lanzada y ya hizo su efecto.

Acusar a los demás de atizar la confrontación lingüística mientras ellos la encienden y la exacerban es una manera de hacer también muy vieja de la derecha nacionalista, como la que representan a Mazón en la Comunidad Valenciana y Prohens en Baleares. A su vez, estos de ahora son los primeros compases de otra guerra cultural, la del secesionismo lingüístico, que están dispuestos a salir adelante hasta sus últimas consecuencias.