En la mesa desparada

El alcalde de Badalona, Xavier Garcia Albiol, hablando con los vecinos concentrados frente a la parroquia que ha acogido desalojados del B9.
27/12/2025
Periodista i activista social
5 min

«Una sociedad se mide por cómo trata

los que están en peor situación.

No por cómo protege la propiedad vacía,

sino por cómo protege la vida vulnerable»

Imanol Zubero

Es difícil, por casi imposible, elegir la inocentada del año que cierra. Hay demasiados candidatos en un pozo sin fondo. En este 2025 que arrancó con la nueva toma de posesión de Donald Trump –a la que votaron 80 millones de personas–, acabó con un pinochetista al frente de Chile y nos hizo cerrar el Año Candel con la extrema derecha en Catalunya demoscópicamente disparada en las encuestas. Certificando la era del brutalismo que vivimos y la crueldad como programa político de moda. Fuera de la maraña global y por formación republicana, una primera propuesta a candidato claro sería borbónica. Este rey que vive en Oriente, alabador de Franco, fugado de la justicia fiscal impunemente y salvado como siempre por una parte del empresariado español. Que ahora se autopresente como inocente en formato autobiográfico es de traca de escabechina de inocentes. Más aún en esta pretendida inocencia de los verdugos que planeó sobre la conmemoración, tan desajustada en el calendario, del lema oficial "50 años en libertad". Que se sepa, el 21 de noviembre de 1975 nada había cambiado y aquello no fue en ningún caso un 25 de Abril portugués, sino su contrario. Ni un solo represor franquista fue condenado porque ni un solo represor franquista fue juzgado. No digo Portugal en balde: la Revolución de los Claveles arrancó disolviendo a la policía de la dictadura y depurando los aparatos del estado. Y por eso en Portugal no se reclama hoy una ley de memoria histórica: la hicieron ese abril de hace 50 años. Motivo oportuno para cerrar la inocentada del primer párrafo con la evidencia de que la comisaría de Via Laietana no es todavía un centro de memoria y derechos humanos. 50 años después.

De lo que la polvareda de 2025 se llevó quedará Mazón, aunque conserve el acta de diputado y se escoja el mensaje premonitorio que envió a Feijóo: "Esto va a ser un desastre, presi". Pero que el tiempo es el mejor polígrafo disponible –y que nada es para siempre, ni lo bueno ni lo malo– lo acredita la entrada en el trullo de Nicolas Sarkozy por financiación ilegal y conexiones turbias con Gadafi. Ahora bien, que el pequeño Napoleón pase sólo tres semanas en prisión y escriba Diario de un prisionero no da ni pena ni gracia –sólo es una pésima broma de mal gusto–. Inocentada es que de una condena firme a cinco años sólo se haga efectivo el 1% de la pena impuesta. Que nada es de ahora y todo viene de lejos: entre aquél "¡Racaille!" (Xusma!) que profirió amenazadoramente el expresidente francés durante la crisis en las banlieues de 2005 y el "¡Gentuza!De García Albiol de estos días no hay ninguna diferencia. Pero sí una distancia de 20 años. Y el tiempo transcurrido entre una y otra lo explica casi todo. Dos décadas de desmocratización global, de demolición indisimulada del estado de bienestar, de auge de las extremas derechas globales, de la migración como chivo expiatorio y de lo chivo expiatorio. reedición de la versión catalana deLos miserables de Victor Hugo por Club Editor. ¿Quiénes son hoy los miserables en serio?

Porque inocentada es oír a Albiol diciendo que Badalona no tiene recursos para acoger a personas sin hogar durmiendo al raso y bajo un puente de la C-31: claro, porque fue él quien cerró con cerradura y cerrojo el equipamiento público que lo facilitaba, inocentes. Dickens asombrado en Badalona y Chesterton huyendo a la carrera, de las desventuras del sheriff Albiol quedará en la retina, a finales de este 2025, la imagen mala de un grupo de personas cerrando el paso a una quincena de personas migrantes pobres. Impidiendo el acceso a una iglesia que había abierto sus puertas para acogerlos y negando lo que casi nos define como humanos: la compasión –su posibilidad–. Albiol también deja otra imagen, de doble impunidad, que gavilán, escarcha y garratiba. Uno, pasarse por el forro de la estulticia la mitad de la sentencia, que al mismo tiempo que autorizaba el desalojo indicaba que era necesaria asistencia social básica. Y dos, mucho más grave por lo que anuncia como telón de fondo, los detalles de esa conversación nocturna que quedará para siempre grabada. Mientras algunos –y algunos encapuchados– animan a quemar el albergue, Albiol dice sin tapujos tres cosas: que cuenta con los gritos que se profieren porque hay cámaras grabando, que le hagan confianza para solucionar la crisis y, que si no lo logra –y decirlo no tiene nada de inocente–, que "hagan lo que iban a hacer". La comparación ucrónica es necesaria. Si Jordi Cuixart y Jordi Sànchez hubieran dicho esto ante Economía, en septiembre de 2017, se les habría caído la cadena perpetua. Al menos.

Por villancico, pues, la antigua aporía de la vieja tonada de las sardinas culpables y los tiburones inocentes, en una Navidad tan consumista y mercantilizada que se ha convertido en una prolongación del Black Friday perpetuo en el que nos han, en el que nos hemos, instalado. Y en qué nos engatusan. El pesebre general es lo que es, indigerible y no hay quien se acabe. Un fiscal general condenado, un presidente de la Generalitat y dos exconsejeros exiliados hace 8 años y todavía pendientes de la validación europea de la amnistía –y pendientes, show must go on, del último giro de guión en pirueta con el que nos quiera sorprender un Supremo abonado al Santiago y cerra España–. No hace falta empeñarnos en esclarecer qué Santiago, que es demasiado obvio. Y también dos secretarios de organización del PSOE pasando por la cárcel y una fontanera llamada Leire. Y un jefe de la UCO que dice que ellos no realizan "investigaciones prospectivas". Y el juicio a los Pujol que arranca con una confesión clara –ser evasores fiscales– y en el que, paradójicamente, no se podrá condenar a algunos sin condenar también al propio Estado –o dicho de otra forma: que el primer condenado del caso Pujol ya es, hace dos años, el supercomisario Eugenio Pino, DAO. Pero todavía, a hierro al rojo vivo, por suerte y como contrafuerte, una juez de Catarroja que nos ha devuelto la posibilidad de justicia y el hecho concreto de que derecho y democracia no se disocien del todo.

Finalmente, como el hombre estático, existe lo que nunca cambia. En el ámbito de las desigualdades sociales, el año sí termina endiabladamente tal como empezó y sin barquillos ni turrones. La Secundina de Espriu ya decía lo que "corte quien corte el bacalao, una se queda siempre de portera". La paja va cara, la vivienda carísima y se ve, santa inocencia, que la moda siniestra es mirar hacia abajo –don't look up– para culpabilizar aún más a los pobres y exonerar del todo a los poderes. Enero será empinado, las ganancias bancarias ya se anuncian antológicas –25.417 millones entre enero y septiembre– y, como hoy ya no hay riesgo de atragantarse con los canelones, valdría la pena aprender a mirar al país tal y como es. Porque la inocentada es demasiado grande. Si el país fuera un solo canelón, según los datos de Esade publicados este verano sobre distribución de la riqueza, nos encontraríamos con una autofinanciación catalana muy singular. Un 1% de los invitados a la mesa –el 1% más rico de Catalunya– se quedaría el 27,5% del plato, y aún un 10% adicional –el 10% más rico excluyendo ese primer 1%– se quedaría un 32% adicional. Un 10% se zampa ya el 59,5% del plato. El 50% del país, invitado de piedra a la mesa parada, debería conformarse sólo con las migajas: 5,8%. En medio, un 40% dispondría del 34,7%. Con estos elementos, ¿qué idea de futuro tenemos exactamente? La imagen invita, zampados los canelones de ayer, a pensar en común cómo dejar de hacer el canelo mañana. O se nos comerán.

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