Mazón con una repartidora

El indigno presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, compareció finalmente el pasado viernes en las Corts Valencianes, siendo el resultado una inaceptable falta de respeto a los ciudadanos. Mazón compareció dieciocho días después de la tragedia para anunciar que no pensaba moverse del cargo, para desgranar excusas de vergüenza ajena y para repartir culpas a los adversarios políticos, así como a esos organismos públicos que la derechista detesta. No importa si a continuación salían a desmentirlo Aemet, Ume, la Confederación del Júcar o el ministro Grande-Marlaska: todo esto ya entraba dentro del guión previsto por Mazón, y tiene perfecta cabida dentro de su cinismo. Los parásitos de la política viven días de esplendor (por si le faltaba, la victoria arrolladora de Trump les ha dado empuje) y se muestran desvergonzados, arrogantes, mientras acusan a la izquierda de superioridad moral (y la izquierda se hace su acusación y se autoflagela estérilmente para poder decir que hace autocrítica). Mazón también afirmó que la hacía autocrítica, pero su discurso fue ofensivo, para cualquier persona adulta y con un mínimo de entendimiento. Escribo adulta expresamente, porque el comportamiento de estos personajes, cuando muestran el plumero de su incompetencia, se acerca al de los niños: mienten, echan la culpa a los demás, se deslizan, marranean. Recordemos que costó días saber dónde había estado Mazón el 29 de octubre entre las dos y las siete de la tarde. Estaba a comer en el restaurante El Ventorro, en una larga sobremesa durante la que ha trascendido que hizo algo especialmente grave: ofrecer a una persona en concreto, a dedo, la dirección de la televisión pública valenciana. Es sólo un ejemplo.

A Mazón no le hará caer el PP porque significaría arriesgarse a acabar perdiendo a la poderosa Generalitat Valenciana, y porque sería como reconocer una derrota ante Pedro Sánchez, al que ahora Mazón no se olvida de culpar continuamente de todo: así atiende a las instrucciones que se le han hecho llegar desde la calle Génova de Madrid, donde se encuentra la sede de un partido político pagada con dinero negro. Podría ser cierto, por otra parte, que la comparecencia del viernes, de tan irrespetuosa, acabara siendo contraproducente para los intereses de Mazón.

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Pero el presidente valenciano cuenta con dos armas de probada eficacia: la desinformación y el dinero. Sus medios afines, y los sectores infecciosos de las redes sociales, realizan incansablemente su trabajo. Y por otra parte, lo más importante del discurso mazonesco no fueron las mentiras, sino un anuncio: el gobierno valenciano será remodelado durante los próximos días, se expulsarán a uno o dos jefes de turco y, sobre todo, se crearán (ellos que tanto odian los chiringuitos) una consejería de Emergencias y una vicepresidencia dedicada únicamente a la reconstrucción de los destrozos causados ​​por la DANA. Traducido, esto significa dinero. Mucho dinero por repartir entre mucha gente, y por comprar voluntades, adhesiones, simpatías y análisis exculpatorios. Se llama repartidora, y siempre les ha funcionado de maravilla.