Más de medio siglo de guerra cultural

¿Recuerdan las imágenes del Mayo francés? París, 1968. La Sorbona rodeada de barricadas. Sobre ellas, centenares de muchachos. ¿Hay algo que les llame la atención? Para mí, lo curioso es la homogeneidad: trajes, corbatas, gabardinas; todos los rostros blancos. Aquellos estudiantes protestaban contra el autoritarismo y, paradójicamente, contra la uniformidad que ellos mismos reflejaban.

El mundo de la posguerra empezó a cambiar en 1968. Tiene su gracia que, más de medio siglo después, los nostálgicos de aquel viejo mundo estén cobrándose la revancha: las guerras culturales pueden ser muy largas.

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Habrá muchos lectores que no conocieron aquellos tiempos. Vale la pena seguir mirando fotos. Las del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, por ejemplo. (Una aclaración: lo de “derechos civiles” venía a ser un eufemismo, porque lo que se exigía era la igualdad ante la ley de blancos y negros). Martin Luther King y sus seguidores acudían a manifestarse impecablemente trajeados, como si fueran a misa.

Era, insisto, un mundo uniformado. También se veían muchas corbatas en las manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Y en la “primavera de Praga” con la que los jóvenes checos, de forma simultánea a los franceses y los estadounidenses, cuestionaron la opresiva jerarquía, soviética en ese caso.

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El movimiento hippie, que cristalizó durante el “verano del amor” (1967) en San Francisco, fue, quizá de forma casual, donde mejor se captó que lo que estaba empezando era una guerra cultural. Los hippies esgrimían la “contracultura” para vestirse o desvestirse como les diera la gana, para preconizar la libertad sexual o para consumir drogas. El feminismo, el pacifismo y el ecologismo irrumpieron en el viejo orden. Y parecieron destruirlo.

Hoy sabemos que no fue así. Y sabemos que la revolución neoliberal, cuya primera victoria llegó con el golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile (1973), no fue simplemente un episodio de la guerra fría que libraban por todo el planeta Washington y Moscú, ni fue simplemente una reacción frente a la crisis del sistema socialdemócrata posbélico (los efectos del doble “shock” petrolero, 1973 y 1979, tardaron en hacerse sentir): fue un primer zarpazo de los partidarios del viejo orden, es decir, de quienes consideraban que sin jerarquías ni uniformidad la sociedad se disuelve.

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Según se mire, el neoliberalismo es en esencia un fenómeno cultural. ¿Para qué sirven el desmantelamiento de lo público y el capitalismo salvaje? Para restablecer el orden jerárquico: ricos y pobres, rentistas y desempleados, amos y siervos. La jerarquía va aparejada a la uniformidad. El rechazo a lo multicultural y multirracial implica que se añoran aquellos tiempos en que la civilización se identificaba con la piel blanca y la religión cristiana.

Las personas más jóvenes suponen quizá que tras la terrible derrota de Alemania en 1945, con partición incluida, los nazis se esfumaron. No fue así. Los antiguos nazis siguieron incrustados en la nueva administración de la República Federal, y sólo a partir de 1968 los jóvenes empezaron a preguntar qué habían hecho sus padres durante el Reich hitleriano. Fue entonces cuando Alemania repudió de verdad su espantoso pasado reciente.

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En Francia, Maurice Papon, jerifalte del régimen filonazi de Vichy y responsable directo de la deportación de centenares de judíos a los campos de exterminio, siguió siendo prefecto y luego ministro hasta 1981. Su condena por crímenes de guerra se hizo esperar hasta 1998. No hace falta hablar de España, donde los aliados e imitadores del nazismo, empezando por Francisco Franco, mandaron hasta 1975.

En 1968 cambió la historia. Para bien. Y, en algunas cosas, para mal. No sería extraño que muchos maestros y profesores añoraran el tiempo en que, por lo civil o por lo penal, la disciplina imperaba en las aulas y se respetaba la jerarquía del docente. No sería extraño que muchos ciudadanos se reconocieran en aquel tiempo de uniformidad racial, costumbres ancestrales y urbanidad pública.

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La nueva derecha rampante prescinde de la ecología (acabarán haciendo negocio con los desastres del cambio climático), aborrece el feminismo (el derecho al aborto se pone en cuestión) y se ríe del pacifismo mientras aplaude la guerra. Su idea consiste en viajar atrás en el tiempo, hasta 1967, o antes.