La merdificación de la Navidad

Ya hace tiempo que algo se encuentra fuera de lugar en el corazón del cuadrado de oro del Eixample, donde es imposible deshacerse de la sensación de cartón piedra. Hace tantos años que señalamos los problemas del modelo turístico, los expados y la descatalanización, que parecía que con el simple hecho de ir repitiendo sucedería algo. Pero, naturalmente, lo que está pasando es que no ocurre nada y lo que está mal siempre puede llegar a cuotas más elevadas de miseria. Pero la ironía es que ya no nos lamentamos por la destrucción que produce el capitalismo salvaje, sino porque esta destrucción ni siquiera es la célebre destrucción creativa. Paseando por el centro de Barcelona en plena espiral navideña, experimentaremos un desplazamiento de la nostalgia: de añorar las virtudes anticapitalistas de la Navidad tradicional hemos pasado a un mundo en el que añoramos, simplemente, una Navidad en la que el capitalismo funcione.

En los últimos meses ha aparecido un concepto con mucho poder explicativo: la merdificación (en inglés, enshittification). A riesgo de caer en el aplauso fácil a palabras que no aportan mucho, diría que esta idea captura algo importante que ha cambiado en el mundo real. Popularizado por el periodista, activista y escritor de ciencia ficción Cory Doctorow, la merdificación describe el proceso de degradación progresiva de los servicios digitales que hemos vivido en los últimos años, especialmente las plataformas. Doctorow lo explica en tres fases: "Primero son buenos con sus usuarios, después abusan de sus usuarios para mejorar las cosas para sus clientes empresariales y finalmente abusan de estos clientes empresariales para recuperar todo el valor para sí mismos. Al final se convierten en un montón de mierda". Con el relato de la merdificación, Doctorow nos ayuda a entender por qué el buscador de Google es peor ahora que hace cinco años, las redes sociales ya no nos hacen sentir parte de una comunidad y los productos que Amazon recomienda ya no son tan buenos ni tan baratos.

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La gracia de la merdificación es que a diferencia de los mercados convencionales, en los que la bajada de la calidad de un producto o servicio va acompañada de una ruptura de la fidelidad y un giro hacia la competencia, en las plataformas digitales existe un problema de acción colectiva imposible de resolver individualmente. Twitter, Gmail y Amazon podrían estar obligadas por ley a garantizar lo que se conoce como interoperabilidad, la obligación de estar diseñadas de tal modo que si tú decides ir a un servicio alternativo de la misma familia, sea como cliente o como vendedor, no pierdas tus datos, contactos, reputación, clientes, etcétera. Si para irme de Twitter tengo que perder a todos mis seguidores, o si para ir a vender a otra plataforma online Amazon me castigará haciéndome desaparecer, la libertad de elección es una simple fantasía. Doctorow explica cómo la razón de todo esto no es ningún misterio: simplemente se ha permitido que estas empresas alcancen una posición monopolística y, en vez de denunciarlo, políticos y propagandistas dicen que estos monopolios son buenos y naturales. El resultado es la sensación difusa de que seguimos utilizando un servicio porque nos gusta o porque no tenemos fuerza de voluntad para marcharse, cuando la realidad es que nos han secuestrado con dinámicas colectivas.

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Y así llegamos a la Navidad a pie de calle de la ciudad, que ha sido incontrovertiblemente merdificado. Porque Amazon no sólo es una tienda online, sino una infraestructura comercial que reordena todo el sistema: intermedia entre productores, vendedores y consumidores; fija condiciones, precios, tiempo de entrega y visibilidad, y termina generando dependencia sistémica. Y una vez nos ha tenido enganchados con un servicio aparentemente beneficioso y digno, hemos ido dejando de comprar a los competidores locales, que han ido cerrando sus puertas uno tras otro. Y los negocios que han ocupado sus espacios no son los ganadores de una competición justa, como quisieran hacernos creer, sino aquellos que forman parte de cárteles que se organizan para ofrecer productos cada vez más malos a precios cada vez más elevados.

Ahora que vienen días de comprar por el centro de las grandes ciudades, les invito a comparar la experiencia actual con el tiempo en que el libre mercado todavía funcionaba como Adam Smith decía que debía funcionar. Gracias a la idea de merdificación, por lo menos podemos entender que la sensación de ser sutilmente estafados no sale de ningún delirio paranoide ni de ninguna idealización romántica del pasado, sino que es el resultado de la dimisión en las políticas de competencia combinada con la mezcla de espectáculo y opacidad que camufla las prácticas absurdas de las plataformas digitales, que no permite. La cosa ha empeorado tanto que si la Navidad debe salvar algo, ahora mismo debería empezar por salvar el capitalismo de sí mismo.