El método Meloni

El modelo Meloni está hecho de contradicciones. La primera ministra italiana está a punto de llegar a sus primeros mil días en el poder convertida en el ideal de una extrema derecha "soluble", como la llamó Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert Schuman, apta para disolverse en alianzas de conveniencia o de necesidad. Pero mientras la derecha europea se pliega al pragmatismo de una Giorgia Meloni que escala posiciones como referente global de la derecha radical, el autoritarismo va calando en la maltrecha democracia italiana.

La reciente aprobación de un decreto de seguridad, presentado como una herramienta necesaria contra el desorden público, puede convertirse en un instrumento para la criminalización de la protesta no violenta y la limitación de las manifestaciones en espacios públicos. Ya hace tiempo que los ayuntamientos gobernados por los Hermanos de Italia están prohibiendo movilizaciones ciudadanas, mientras se endurece la confrontación del ejecutivo con los jueces por el intento de llevar a cabo reformas que debilitarían la independencia judicial. Además, una comisión de diputados investiga el uso de software espía por parte del gobierno de Meloni contra miembros de una organización humanitaria de ayuda a refugiados.

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Pero, aun así, Meloni ha logrado liderar uno de los ejecutivos más estables de la Italia reciente, y su popularidad interna no decae. El pragmatismo y la voluntad de gobernar se imponen sobre las diferencias entre las tres fuerzas de una coalición al servicio de la primera ministra y su agenda. Amparada en el escudo de una política exterior más centrista –en palabras de la politóloga Natalie Tocci–, tras la que se imponen posiciones más radicales a nivel interno, Meloni sobresale en su estrategia de aliada.

Para Bruselas, es un modelo de disciplina fiscal. Su gobierno cumple con los objetivos de déficit de la Unión Europea, mantiene la deuda a raya y ha sabido evitar el caos de las finanzas públicas de gobiernos anteriores. Asimismo, Meloni ejerce de musa del ultraliberalismo, con cuatro reuniones con el presidente argentino, Javier Milei, en poco más de medio año, y de negociadora indispensable en las traumáticas relaciones entre Bruselas y Donald Trump. Meloni ha sabido hacer del atlantismo su carta de "fiabilidad" y, en su caso, no le ha pasado factura el hecho de que Italia sea uno de los países con menos gasto militar de la OTAN: el año pasado solo destinó el 1,49% del producto interior bruto a su ejército y, por tanto, el objetivo del 5% que se exige en estos momentos parece fuera de su alcance. Sin embargo, la italiana ha sabido aprovechar estas negociaciones para poner en la agenda un proyecto faraónico de conectar los dos lados del estrecho de Messina con el puente colgante más largo del mundo, un viejo sueño de los romanos, del dictador Benito Mussolini y del ex primer ministro Silvio Berlusconi.

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Meloni también está consiguiendo exportar su estrategia migratoria como modelo. Italia y Dinamarca lideran un frente común, al que se han sumado ya otros siete países europeos, para pedir más autonomía para los gobiernos de la UE para poder expulsar a inmigrantes que hayan cometido delitos. Estos nueve estados miembros han firmado una carta en la que reclaman abrir un debate político sobre las convenciones internacionales en materia de migraciones, empezando por modificar la Convención Europea de Derechos Humanos.

Tras sus fallidos intentos de deportaciones a Albania –un proyecto millonario que no ha entrado en funcionamiento por la oposición judicial–, Meloni presidía, hace diez días, junto con la jefa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una cumbre en Roma para reforzar la estrategia italiana en el continente africano. El llamado Plan Mattei, destinado a restringir la emigración desde África y al mismo tiempo ayudar al desarrollo de la economía del continente, es ahora también un proyecto copresidido por la jefa del ejecutivo comunitario. Desde su primer mandato, Von der Leyen ya se sumó a la estrategia de externalizar el control de las fronteras europeas en países de la orilla sur del Mediterráneo, en particular en Túnez, a pesar de las graves violaciones de derechos humanos que estas políticas han comportado hasta ahora.

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En la era de la transaccionalidad, Meloni se ha erigido en la defensora de la unidad de Occidente. Pegada al lema de patria, familia y fe, y sin renunciar a su admiración por el fascismo, la primera ministra italiana insiste en que no piensa tener que elegir entre Washington y Bruselas. Por el momento, Trump le ha abierto las puertas de su círculo de poder y Von der Leyen la necesita para acceder a él. Esta mezcla de posibilismo y conservadurismo radical es lo que ha llevado a Meloni y su partido, Hermanos de Italia, de la marginalidad al centro del poder en menos de una década.