Muerte accidental de un golpista

Ya se ha producido la muerte accidental que todos vaticinábamos de Yevgueni Prigozhin, el líder de los mercenarios Wagner, que se atrevió a cometer un golpe de estado contra Vladimir Putin. Se ha estrellado el avión en el que viajaba y no hay supervivientes.

Si esto es cierto, si era él quien viajaba en ese avión y no es un montaje por su parte, para evitar que el Kremlin lo persiga incansablemente, supongo que los pasajeros y los tripulantes lo reconocieron. Si lo reconocieron, seguro que pensaron que corrían un gran peligro y que tal vez ese era el día. Putin le prometió que no lo procesaría, ni a él ni a “sus hombres” (siempre me sorprende ese uso del posesivo entre los militares), si se marchaba a Bielorrusia, pero todo el mundo, como nosotros, ya sabe la suerte que corren los traidores al Kremlin. Y con la suerte de los traidores al Kremlin también está la suerte de los que pasaban por allí.

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Prigozhin, estoy segura, no dejó, ni un instante, desde que fue “perdonado”, de vigilar muy bien todo lo que se llevaba a la boca. Seguro que tenía métodos para evitar el envenenamiento. ¿Animales que probaban primero? ¿O quizá comer siempre delante del cocinero, que moriría si a él le pasaba algo? Quizás antes de este accidente hubo otros, que resultaron fallidos. Prigozhin debió de amenazar a todos sus servidores —camareros, repartidores, vigilantes...—, pero Putin quizá también amenazaría a todos los posibles anteriores ejecutores. Quizás hubo un intento de envenenamiento que salió mal para el Kremlin y bien para Prigozhin. Esto significa que en el lado de Prigozhin alguien, un químico, pongamos por caso, salvó la vida porque descubrió polonio en la sopa de remolacha, pero en el lado de Putin el ejecutor torpe pensó que ya era hora de irse despidiendo de la vida, porque Putin le dijo que no pasaba nada, que todo el mundo se puede equivocar con el polonio, que tranquilo, que se marchara a Bielorrusia en avión.