Entender el nacionalismo madrileño
La exaltación de fenómenos que construyen una personalidad, a menudo contraponiéndose a otra, es tan antigua como la misma definición del estado moderno. A menudo hemos preferido prestar atención a las corrientes ideológicas que se identifican con los intereses de diferentes clases sociales, o se ha producido una aproximación intelectual estimada, meditada, a las políticas que favorecerán una u otra clase social. Son las corrientes ideológicas consideradas “clásicas”, como el liberalismo o el socialismo, que versan sobre la manera y los mecanismos de gobierno de una entidad política. El hilo conductor de estas corrientes ideológicas es la relación entre el individuo y el estado. Pero tan antiguo como esta disciplina de estudio lo es el pensamiento nacionalista, que gravita sobre una identidad creada artificialmente o sobre unas características que de lejos definen un colectivo. Lo más importante para el nacionalismo es quién, siempre con riesgo de resultar excluyente si se utiliza de manera inadecuada.
Cuando Herder puso en circulación esta vía para reivindicar y legitimar el poder poder político lo hizo sobre el fundamento de un hecho diferencial, como puede ser la lengua o determinadas tradiciones jurídicas. Para estudiar estos fenómenos en Europa, había estudiado los agravios del reparto después de la Guerra de los Treinta Años, del siglo XVII, o de las invasiones napoleónicas del XIX.
Los nacionalismos pueden abrazar indistintamente uno u otra de las corrientes ideológicas sobre la organización del poder político y las políticas de redistribución de la riqueza. Y los que hemos intentado leer sobre los orígenes de estos nacionalismos hemos escogido como principio básico la justicia social, más que la defensa de particularidades que rechacen cualquier visión universalista.
La Transición, aunque ahora sea muy cuestionada, pretendía conciliar el reconocimiento de las particularidades y hacer posible la alternancia de las doctrinas más clásicas en la acción de gobierno. Pero con José Mª Aznar apareció un nacionalismo diferente, más agresivo, basado en una visión crítica de la descentralización y una mirada despectiva hacia las diferencias culturales y políticas de otros territorios. Estaba naciendo el nacionalismo español, que negaba nacionalismos de hechos diferenciales que la Transición había recogido, si bien insuficientemente, como garantía de convivencia.
Las ideas herderianas ya avisaban de que los orígenes de los movimientos nacionalistas de rápida adhesión había que buscarlos en algún tipo de acción que la población viviera como una herida abierta: alguna humillación, ya fuera real o repetida mil veces, que movilizara una población que hasta entonces no había tenido el sentimiento de pertenecer a ningún colectivo discriminado.
El nacionalismo de adhesión rápida que promovió el Partido Popular de Aznar y que Vox, su escisión por la derecha, ha continuado y ha exaltado a un grado superior se ha extendido por Madrid, que ha ido consiguiendo que los símbolos de un estado y de una nostalgia s conviertan en souvenirs de mala calidad. Hasta el inicio del siglo XXI los datos demoscópicos no revelaban ningún vínculo entre posiciones ideológicas liberales o socialdemócratas y el orgullo de esta España uniforme, negadora de la diversidad. Estas dos variantes políticas se han ido alienando en las dos últimas décadas y, en estos momentos, el españolismo de la bandera en la vestimenta, de algunos aspectos de la tauromaquia, de una lectura rancia del casticismo madrileño, se ha ido vinculando con la implantación de políticas más y más a la derecha, hasta decir que la libertad no es la que establece la regulación de los derechos fundamentales, sino la de hacer lo que les da la gana cuando gobiernan.
El poder político chabacano, ramplón, de mal gusto, pero poder político al fin y al cabo, puede ser muy poderoso. Escuchando sus expresiones nos damos cuenta de que la herida está en los datos de la gestión de la pandemia, irrefutables, solo cuestionables si conseguían la adhesión ciega y despreciaban la mirada cosmopolita, universal. La exageración patológica de las propias virtudes (percibidas como virtudes, aunque pueden ser rastros de bucolización de una cultura que habríamos considerado hortera en tiempo de la Movida Madrileña) dio la victoria a Isabel Díaz Ayuso apelando a la insolidaridad.
Releo las teorías de Herder para intentar entender aquel voto contra la ciencia, colectivo al cual pertenezco. En una epidemia que ha cogido la dimensión de pandemia, lo más importante es conocer bien el mecanismo de transmisión y educar a los ciudadanos para que se vuelvan agentes de salud y eviten contagios. Un porcentaje de ellos desarrollarán una forma muy grave de enfermedad, tan grave que morirán. El nacionalismo “a la madrileña” basado en el porque me da la gana es un puñetazo en el vientre a todos los profesionales que intentan aguantar, a pesar del agotamiento, tratando pacientes que se ahogan.
Montserrat Tura es médico y ex 'consellera' de Justicia y de Interior