Necesitamos más valentía

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Cataluña, a la cola en Parques eólicos y fotovoltaicos

En el marco de la Semana Europea de la Energía Sostenible es imprescindible que nos detengamos a reflexionar de forma honesta sobre el papel de la administración, las empresas y los ciudadanos para conseguir los objetivos marcados.

Tomes el estudio que cojas, como país suspendemos, y ya parece imposible poder alcanzar los objetivos fijados para 2030. Es necesario que nos preguntemos por qué, ya que, sin saberlo, será difícil corregir el rumbo. Está claro que la transición energética es un camino que debemos recorrer de forma conjunta administraciones, empresas y ciudadanos.

La transición implica generar energía renovable, consumir energía eléctrica en lugar de gas, gasolina y gasoil, y ser más eficientes (hacer lo mismo consumiendo menos). Los ciudadanos tienen claro el mensaje, pero ¿qué les implica realmente? Para una familia cualquiera implica consumir energía verde, que es a menudo más cara porque al coste de la energía hay que añadir el coste de las garantías de origen que certifican que la energía se ha generado con fuentes renovables. También implica apostar por el autoconsumo, electrificar la cocina, cambiar el coche por un vehículo eléctrico o sustituir los sistemas de calefacción y agua caliente por aerotermia. Todas estas medidas suponen una inversión inicial, invirtiendo los ahorros en la transición, con la esperanza de un retorno a medio plazo, y en algunos casos simplemente por convicción. Como sociedad, esto puede conducir a una transición a doble velocidad: la de los que pueden permitírselo y la de los que no, con el claro peligro de crear una nueva brecha: la de la energía sostenible.

Es necesario que entre todos, administración, empresas y ciudadanos, velemos por llegar a los objetivos de sostenibilidad de 2030 y 2050, pero sobre todo porque llegamos con una transición eficaz, eficiente y justa. Será eficaz si, más allá de fijar objetivos y definir políticas, nos dotemos de planes y mecanismos ágiles que aseguren su implementación. Será eficiente si garantizamos que las inversiones necesarias no acaban suponiendo un empobrecimiento de las familias ni un mayor coste productivo y, por tanto, una pérdida de competitividad de nuestras empresas. Será justa si garantizamos que todo el mundo tendrá acceso y evitamos la brecha energética.

¿Y qué necesitamos? Necesitamos más valentía. Necesitamos una administración valiente. Es necesario que el regulador pase de legislar para controlar a legislar para provocar el cambio. Es necesario que sea valiente ayudando a empresas y familias a realizar el cambio a través de fondos vehiculados, programas de ayudas claras y ágiles, y que incorporen el criterio de progresividad, de modo que los fondos se apliquen en función de las rentas de familias y empresas.

En definitiva, la transición energética no es sólo una responsabilidad individual, sino un reto común que requiere la colaboración y el compromiso de todos. Sólo con una acción coordinada y decidida, podremos afrontar los retos que plantea el cambio climático y construir un futuro sostenible para las próximas generaciones. Es el momento de actuar con determinación y valentía.

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