Ninguna concesión al negacionismo
El negacionismo sobre el virus ha penetrado poco en Catalunya. Por suerte. Pero no nos podemos declarar territorio inmune, ni mucho menos. Porque la confusión es general y es global, y por lo tanto también nos afecta. De hecho, este movimiento acientífico, que confunde el necesario sentido crítico ante la realidad con la adhesión a todo tipo de conspiraciones, a menudo alucinantes, funciona sobre todo por las redes sociales y aprovecha cualquier excusa para expandirse y crear dudas. Juega con los miedos –incluido, claro, el miedo a la muerte–, con la desafección política e institucional, con la desconfianza atávica contra el poder –por otro lado a menudo justificada–, se hace fuerte en las fake news o en la creencia en dudosas terapias alternativas, utiliza la rabia contra las élites... Este conjunto de factores que a menudo han dado alas a los populismos antisistema son los que ahora, cocinados de nuevo, están sirviendo para crear fantasmas supuestamente ocultos tras la pandemia.
Los problemas de muchos países con la vacunación tienen que ver con este colectivo de personas que niegan la mayor: la existencia misma del covid-19. O que niegan la eficacia de las vacunas para vencerlo colectivamente. Porque en realidad hay muchos grados de negacionismo. Podríamos decir que hay un negacionismo heavy y uno de más light, que acepta la existencia del virus pero que no se fía de lo que dicen las autoridades sanitarias y busca salidas individuales. Tras estas diferentes vías negacionistas hay, también, una mezcla de razones y sinrazones, un cóctel de desinformación, insolidaridad y visceralidad que, llevado al extremo, puede llegar a generar un grave problema social. De hecho, en Francia, Italia y Alemania hemos visto manifestaciones preocupantes por el volumen de gente que han arrastrado. En nuestro entorno, parece que este movimiento se mantiene minoritario y recluido en el ámbito individual, sin una organización clara. A diferencia de Francia, por ejemplo, aquí la ultraderecha no se ha apuntado al carro negacionista. Pero nunca se hará suficiente pedagogía para combatirlo.
De hecho, el peligro más grande es que gente de buena fe acabe cayendo en algún momento en esta red confusionaria, las teorías de la cual circulan impunemente, y no siempre es fácil combatirlas. La transparencia y el razonamiento científico no son suficientes. Las medias verdades con las que juegan pueden hacer mucho daño. La opinionitis, como si todas las opiniones fueran equiparables, también. El necesario debate, a veces vivísimo y mediático, que se ha producido entre los mismos expertos (epidemiólogos, médicos, investigadores...), en algunos casos ha acabado siendo aprovechado por el negacionismo a su favor. La comunicación y divulgación científica entre el gran público todavía es, en buena parte, una asignatura pendiente. Esta es también una de las enseñanzas de la pandemia. Así pues, no podemos bajar la guardia ante los que, jugando irresponsablemente con la salud de todo el mundo, se dedican a desautorizar la respuesta científica y médica al coronavirus. Hay que combatir estos predicadores, hay que negar rotundamente el negacionismo. Con pedagogía, con sentido común, con datos. Sin concesiones.