Si no actuamos ahora, los disturbios de Francia llegarán aquí

Con las algaradas de julio en Nanterre protagonizadas por jóvenes y adolescentes en protesta por la muerte de un chico de origen argelino se ha vuelto a proyectar la sombra de si una situación similar podría acabar ocurriendo en Catalunya. El miedo es que este estallido se haya producido por la combinación explosiva de la pobreza imperante en los barrios marginales con mayoría de inmigrados y la desigualdad entre los descendientes de los inmigrados y la población autóctona.

Los primeros resultados del Censo de 2021 y de la Encuesta de Características Esenciales de la Población y las Viviendas del INE (ECEPOV) nos dan la oportunidad de esbozar el número y las características de los descendientes de la inmigración internacional en Catalunya. Son 558.880 personas, el 56,8% con ambos progenitores nacidos en el extranjero y el 43,2% restante con un progenitor nacido en España y otro en el extranjero. De esa población, 389.429 eran menores de 18 años y representaban el 28,7% del total de esta franja de edad. Y aún, entre los menores de edad, podríamos añadir los 107.688 nacidos en el extranjero que han llegado acompañando a sus progenitores o en procesos de reagrupación familiar. Así, hasta el 35,8% de los menores de 18 años residentes en Catalunya son descendientes de inmigrados o ellos mismos han realizado un proceso migratorio.

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Los menores descendientes de inmigrados se concentran en áreas desfavorecidas y viven con familias que de media se encuentran en condiciones socioeconómicas más precarias que los menores en familias formadas por autóctonos. Así, según datos de la EPA para el 2022, en un 2,3% de los hogares de españoles donde vivían menores de 16 años todos los miembros en edad activa se encontraban en paro, mientras que este porcentaje aumentaba hasta el 6,5% de los hogares formados por oriundos de otros países. Los contrastes por origen eran remarcables, con un máximo para el 11,8% de los hogares formados por africanos y un mínimo del 1,5% para miembros de la UE. Podría esperarse que para aquellos llegados como menores y aquellos nacidos en España las diferencias con los autóctonos se convirtieran en mínimas, si no nulas. Más allá de los índices de pobreza iniciales, la escuela y la inserción laboral deberían ser claves para la integración social. Idealmente, la escuela pública está pensada como una institución correctora de las desigualdades y la inserción laboral debería darse contando con las mismas oportunidades.

Pues bien, si miramos los datos de paro en la ECEPOV de los jóvenes entre 25 y 34 años en 2021, las diferencias según su origen seguían siendo más que notables: si los jóvenes inmigrados sufrían un paro del 24,3%, 10 puntos porcentuales por encima de los jóvenes autóctonos, que registraban un 14,3%, entre los descendientes de inmigrados nacidos en España el paro todavía se mantenía en el 19,3%, con notables diferencias según el origen de los progenitores, con un máximo que supera el 50% para los descendientes de población africana. Los datos a la misma edad sobre los estudios superiores realizados también registraban una llamativa disparidad: casi la mitad de la juventud autóctona, el 49,2%, habían cursado estudios superiores, 20 puntos porcentuales por encima de los coetáneos inmigrados, que tenían el 29,4% en esta situación. Los jóvenes descendientes de inmigrados nacidos en España llegaban a un 44,9%, con una sustancial distancia cuando uno de los progenitores era nacido en España o ambos (47,6% por 37,0%). Por lugar de nacimiento, el abanico se amplía de forma significativa, con descendientes de ambos progenitores africanos o asiáticos en valores por debajo del 20%, unos valores que, en cambio, son superiores a los de los autóctonos si ambos progenitores son de origen europeo .

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Las pautas desiguales, tanto en inserción laboral como en nivel de estudios superiores de los jóvenes descendientes de inmigrados –aunque hayan nacido en España–, respecto a los descendientes de autóctonos, parecen indicar que nos movemos en un modelo de integración segmentada, es decir, en que el origen resulta determinante para sus oportunidades de inserción laboral y, con esta, de mejora social. A falta de un análisis más profundo y con las prevenciones con las que haya que tratar la nueva encuesta, la brecha entre los descendientes de los inmigrados africanos y parte de la población asiática y el resto nos hace temer que la estratificación social en Catalunya se corresponda con los prejuicios sobre el origen etnocultural de la población.

No sabemos la forma que adoptará, si nos estalla ante las narices, la burbuja de la desigualdad que se está formando al haber condenado a los descendientes de la inmigración a la integración segmentada. Lo que no podemos descuidar es que, si no actuamos ahora, de nada servirá lamentarse de cómo es posible que nos haya pasado a nosotros.