No es antisemitismo
Mi biblioteca está llena de libros que, de una u otra forma, hablan de antisemitismo. Ha tenido tantas manifestaciones y se ha producido en épocas y países tan distintos, la persecución de los judíos, que no es de extrañar que haya dado millones de páginas a la cultura occidental. Desde novelas históricas como Dentro del último azul de Carme Riera hasta testigos imprescindibles como Si esto es un hombre del Primo Levi, delAmigo reencontrado que me hicieron leer en secundaria hasta La buena reputación de Ignacio Martínez de Pisón pasando por el Violín de Auschwitz de Maria Àngels Anglada, la deliciosa Charlotte de David Froenkinos o autores israelíes como David Grossman o Amos Oz. Aunque el Holocausto como moda ha producido una ingente cantidad de obras para el consumo de masas que le han convertido en un lugar común cargado de tópicos, lo cierto es que a partir de la segunda mitad del siglo XX las estanterías de la buena literatura nos han hecho partícipes de uno de los horrores más monstruosos de la historia de la humanidad. También los filósofos y pensadores se han dedicado a analizar esta falla moral de la modernidad y nos han permitido acercarnos a los engranajes de la absurda destrucción de seres humanos. Todo este corpus acumulado ha generado una sensibilidad ante el antisemitismo y nos ha permitido entender que las atrocidades no ocurren de un día para otro, que nacen de la semilla del desprecio hacia el “otro” regada a lo largo del tiempo por la construcción de múltiples clichés y prejuicios hasta que se acaba justificando la aniquilación total del grupo señalado. Esta educación cultural extendida por Europa y América nos ha vacunado contra este odio y quizá por eso ahora resulta tan doloroso ver que la historia se repite con las víctimas convertidas en verdugos.
Me diréis que no son fenómenos comparables, que lo que ocurre en Gaza no tiene nada que ver con la aniquilación sistematizada del Holocausto, pero ¿cuál es la diferencia, que no hay cámaras de gas? Cada vez que Netanyahu dice que acabará con Hamás en realidad significa que acabará con los palestinos de la franja de Gaza para expandir a Israel hasta el mar. Al principio pidió a la población civil que se marchara hacia el sur para poder bombardear los lugares donde decían que se escondían terroristas. Cuando la gente se marchó hacia el sur, al sur empezaron a echar bombas (muchas de las cuales, por cierto, deben ser de fabricación europea si tenemos en cuenta que en 2022 se aprobaron licencias de venta de armamento por un valor de 608 millones de euros desde estas tierras de paz y democracia). Ahora un ministro israelí ha dicho que una "solución humanitaria" es que los gazatinos se marchen y sean absorbidos por otros países.
Para defenderse de las críticas de unas actuaciones que merecen su propio Nuremberg, el Estado de Israel grita "¡antisemitismo!" y acusa a todos los que señalan los crímenes perpetrados por el gobierno de Netanyahu de odio a los judíos. Es una respuesta despreciable por victimista y porque mancha la memoria de todos los aniquilados por esa lacra que pervive desde hace siglos. Es ensuciar con la guerra y las matanzas indiscriminadas la cultura de la paz que han ido tejiendo tantos escritores que nos han guiado por las tinieblas de las atrocidades pasadas. No es antisemitismo pedir que dejen de matar a niños y mujeres embarazadas y de ensañarse con una población civil cuyo único crimen ha sido nacer en una tierra que Israel quiere hacer suya. El odio al judío sigue existiendo, claro que existe, y algunos justifican el suyo en las actuaciones de Israel, por lo que es tan necesario seguir distinguiendo lo que es y no es antisemitismo. Por las víctimas del pasado, pero también por las del presente.