No es esto, compañeros, no es esto

Han transcurrido 10 años desde la primera gran manifestación soberanista, y 5 desde el punto culminante del Procés, el 1 de octubre de 2017. Tendríamos que estar mucho más cerca del objetivo, y paradójicamente nos encontramos mucho más lejos. ¿Qué ha pasado? ¿Qué nos pasa?

Lo primero que hay que tener muy presente es la enorme complejidad del objetivo que una parte relevante del pueblo catalán se propone: decidir libremente el futuro político del país, planteando la creación de un nuevo estado soberano como una opción posible y deseable. A la dificultad intrínseca del propósito se añade la brutal oposición, la durísima represión y la total incomprensión del estado español, así como la indiferencia de la Unión Europea o la hostilidad de algunos estados miembros. Hay que entender la fuerza de este trinomio –complejidad, represión, indiferencia– si queremos hacer un análisis objetivo y sereno de la situación.

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Con la perspectiva que dan diez años, haríamos bien de no olvidar algunas certezas: la política española ni piensa ni está preparada para aportar ninguna solución al reto democrático que plantean las instituciones catalanas; la política europea tiene otras preocupaciones que están muy por encima de un caso como el nuestro, que además los incomoda más que los interpela; la Generalitat y el resto de instituciones catalanas son entidades totalmente controladas por el Estado, y por lo tanto disponen de un margen de actuación muy limitado para llevar el país a la independencia. Decirnos las verdades y reconocer la realidad no nos hará ningún daño, si queremos transformarla.

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Dicho todo esto, el proyecto soberanista tiene fortalezas que conviene mucho preservar: la mayoría en el Parlament, que le da legitimidad; la movilización pacífica, que le suma credibilidad; y el hecho de ser conocido en el mundo, que le añade visibilidad. Estos activos se han edificado en solo una década, a base de mucha voluntad, mucha determinación y muchos sacrificios. Unos activos que ahora corren peligro de ser agrietados o derrocados.

En la situación actual, hay variables poderosas que no dependen de nosotros: somos espectadores de una guerra cruel, somos víctimas de la espiral de la subida de los precios y somos actores secundarios dentro del contexto europeo y mundial. Políticamente, mal nos pese, seguimos siendo una autonomía dentro de un estado democráticamente débil, con un estado de derecho más que dudoso y un peso internacional bastante modesto. En este contexto, nuestro margen de maniobra es más que limitado.

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Aun así, hay un montón de variables que sí dependen de nosotros. Es en este terreno donde podemos y tenemos que ser más exigentes. Mencionaré algunas especialmente relevantes.

Depende de nosotros garantizar la cohesión interna del proyecto soberanista. ¿Cómo podemos aspirar a ensanchar la base y a ser tenidos en cuenta si nos presiden la desconfianza y la guerra interna?

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Depende de nosotros encontrar un mínimo común denominador que nos permita tener un objetivo compartido, un camino convenido y unos liderazgos reconocidos.

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Depende de nosotros sobresalir en la gestión del Govern y de las instituciones propias. A pesar de la flagrante limitación de nuestros poderes y la insultante precariedad de nuestros recursos públicos, tenemos que demostrar que con los instrumentos que tenemos al alcance podemos hacer más y mejor.

Depende de nosotros sacar provecho de la debilidad parlamentaria del gobierno central. Disponer de más de veinte diputados soberanistas en Madrid da mucho juego, si se quiere jugar la partida. Nunca habíamos sido tan insignificantes teniendo tanta fuerza.

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Depende de nosotros, en fin, no romper la mayoría soberanista que tenemos en nuestro Parlament desde las elecciones de 2012. Una mayoría que las elecciones plebiscitarias de 2015 convirtieron en independentista. Si nos emperramos en ir por el pedregal, al final caeremos por el precipicio. Si la consecuencia de nuestros actos lleva a perder esta mayoría en unas futuras elecciones, habremos certificado la parada del Procés. ¿Qué nos quedará entonces? ¿Qué sentido tendrán los sacrificios acumulados? ¿Dónde lanzaremos las cenizas de tantas ilusiones perdidas y de tantos anhelos evaporados?

Quiero creer que todavía estamos a tiempo de enderezar un rumbo equivocado. Quiero creer que tenemos a los líderes capaces de rehacer un camino que no lleva a ninguna parte. Quiero creer que el sentido y el sentimiento de país siguen estando por encima de intereses de partido y de agendas personales.

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El mío, como el de mucha otra gente, es un grito para seguir teniendo esperanza. Para no tener que acabar diciendo: esto no, compañeros, así no.