No es una crisis de juego, es una crisis de club

El Barça ha pasado por todo tipo de situaciones, pero lo de ahora es inaudito: el entrenador ha anunciado una dimisión en diferido. Es dudoso que la decisión sea un acierto, porque cuando dices que te vas ya te has ido, te conviertes en un pato cojo sin autoridad, y el foco pasa a recaer sobre el proceso de selección de personal para encontrar al sustituto. El club ha invitado sutilmente al socio a olvidarse de "este año, sí" y cambiarlo por la zanahoria del "año que viene, sí". Xavi acaba de salvar a Joan Laporta de tenerlo que despedir (e indemnizar) y le ha dado un año más de margen.

Xavi absorbe como un pararrayos todas las culpas: “Se destensará la situación”. Lo siento, pero no. Esto no es una situación tensa, no es una simple crisis deportiva, sino una crisis institucional, que es la continuación de la misma de los últimos años, pero con otros responsables. Y ahí está el porqué: el Barça no crea las condiciones, ni en el campo ni en los despachos, para que los mejores tomen las decisiones. Prima la fidelidad por encima de la capacidad. Por eso el Barça sigue viviendo al borde de la quiebra y no tiene el equipo que quiere sino el que puede. Por eso se gasta el poco dinero que tiene trayendo a un nueve que está verde.

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El Barça no es capaz de retener y hacer crecer ni su propio talento ni sus propios mitos. Adiós a Messi, Koeman y Xavi, los tres por la puerta trasera. Y esto viene de lejos. Que Guardiola y Txiki lleven una década trabajando y triunfen en la competencia y no quieran saber nada de volver a Barcelona es dolorosamente elocuente. Por eso los tambores de la sociedad anónima se oyen cada día más cerca y los logros deportivos fruto del trabajo bien hecho están cada día más lejos.