No quiero ir al trabajo
No conozco a ninguna persona que no haya oído algún día un rechazo intenso a tener que ir al trabajo, por más que ésta sea apasionante y creativa. Es propio de momentos de debilidad, enfermedad o vivencia de un duelo y debemos darnos permiso para aceptar que no siempre somos las personas fuertes y positivas que quisiéramos. Pero una cosa es sentirse incapaz de ir a trabajar esporádicamente y otra es que se convierta en un sentimiento estable y permanente en nuestras vidas.
Aún es más alarmante pasar de un hecho individual a un fenómeno colectivo. Y ese es el caso cuando un estudio de Gallup revela que una cuarta parte de los empleados sufren tristeza diaria por causa del trabajo y, lo que es peor, el 36% reconocen un grado importante de estrés cotidiano. Muy inquietante, aunque se guarda en silencio, es ese significativo 22% de trabajadores que expresan ira, una emoción producto de un resentimiento que puede ser destructivo para el mundo que les rodea, pero que, sobre todo, provoca autodestrucción.
El resultado es que sólo un 9% de las personas trabajadoras en nuestro país se consideran comprometidas con su trabajo y las bajas laborales aumentan por el empeoramiento de la salud mental. Éste es uno de los factores que provoca una productividad tan baja en comparación con la europea. Pero la economía no suele contemplarlo. Por supuesto que la falta de inversiones de capital, la menor digitalización de la economía y una escasa política de innovación influyen poderosamente en el descenso productivo, pero la desmotivación de las personas trabajadoras es un factor psicosocial principal, y no se tiene en cuenta.
En la famosa frase del economista Paul Krugman "la productividad no lo es todo, pero a largo plazo lo es casi todo" deberíamos añadir "no existirá productividad si no cuidamos la salud de las personas trabajadoras". El binomio economía-psicología se convierte en clave.
Cuidar la salud colectiva no significa sólo afrontar médicamente las patologías sino, especialmente, crear las condiciones laborales para el bienestar de las plantillas. En una época en la que el paro es bajo, la reforma laboral reduce contratos temporales y aumenta el salario mínimo, hay circunstancias que deben incorporarse al modelo económico porque no han mejorado lo suficiente y conducen a la desidia y desmotivación.
Una de ellas es la falta de formación apropiada a la sociedad en la que vivimos. La inadecuada calificación de la mano de obra provoca frustración, angustia e impedimento de imaginar a futuros en las personas. Durante las jornadas de este año del Círculo de Economía se analizaron los resultados del estudio de CaixaBank Research, denunciando que "el retroceso educativo generalizado ha provocado sudores fríos plenamente justificados". Estos escalofríos acompañan, también, las noticias de baja comprensión lectora en nuestra juventud o de bajas habilidades en el desarrollo matemático.
Otros elementos desmotivadores tienen que ver con la organización y el poco aprovechamiento del tiempo de trabajo, lo que deriva también en menor productividad que los países del centro y el norte de Europa. La Generalitat mostró que las empresas que adoptan horarios flexibles y jornadas compactadas son más productivas que las que no lo hacen, llegando a incrementar un 19% su productividad ya rebajar sustancialmente el absentismo. Sin embargo, la tradición horaria tiene un peso secular que retiene nuestro tejido empresarial en un tiempo añorado pero ya superado.
Con los horarios actuales sólo se aprovecha el 61% del tiempo de trabajo debido a poca planificación y calidad de la gestión. La experiencia que todos tenemos en la falta de operatividad de las reuniones no ha logrado que las acortemos. Más de una tercera parte de las personas trabajadoras consideran que las reuniones no están operativas y se alargan excesivamente. Pero la enfermedad de la reunionitis no nos abandona y seguimos inmersos en un ritual de necesidad relacional que deberíamos preservar por las horas libres fuera del trabajo.
Todos estos factores, sumados a la acumulación de poder en único líder, la comunicación inexistente o ineficaz y la exigencia de total disponibilidad que todavía rige en muchas empresas, desgasta la energía y las ideas de la plantilla. Aquí no deberíamos hablar de “la gran dimisión” (este movimiento de marcha voluntaria producido después de la pandemia) sino de “el gran agotamiento”.
Crear un Consejo de la Productividad me parece deseable, pero siempre que se aborden la mejora de la calidad y gestión, los usos del tiempo, la salud física y mental, así como la motivación de todas las personas trabajadoras.