No será como siempre

Durante los meses más calientes de 2017, cuando se aprobaron las leyes del referéndum y de transitoriedad, los líderes del soberanismo afirmaban que el proceso de independencia se haría “como siempre”. Decían los líderes del soberanismo que se iría “de la ley a la ley”, menospreciando a los que afirmaban que sin una administración de justicia leal al nuevo ordenamiento y una Hacienda propia habría poco recorrido para hacer sostenible una declaración de independencia.

Por autoconvencimiento, para despreciar el poder del Estado o por miedo a disentir, los líderes independentistas alimentaron la esperanza o la ficción de que el referéndum sería vinculante y la independencia caería como una fruta madura. El resultado del referéndum, por su mérito organizativo y épico, sería reconocido en Europa y la declaración de independencia se sostendría pacíficamente. La fuerza de una calle eminentemente pacífica y extraordinariamente movilizada sería la clave. Hasta que el 27 enviaron a todo el mundo hacia casa.

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Han pasado cinco años y el trauma colectivo del soberanismo no se ha superado, y los principales partidos independentistas siguen alimentando la frustración porque son incapaces de hacer un diagnóstico, explicarlo claramente a sus electores y pactar una actuación factible y sostenible conjuntamente. La empatía de la mayoría independentista por la prisión y el exilio hace posibles los tabúes, con amenazas a los pragmáticos de alta traición. Básicamente, hoy asistimos al desconcierto de muchos soberanistas que observan la incapacidad de los líderes de JxCat y ERC de abandonar el resentimiento mutuo o de irse.

Todavía hoy, como la noche del 25 de octubre, cuando el president Carles Puigdemont había decidido convocar elecciones, se mantiene la tensión entre maximalistas y pragmáticos. Eso sí, con algunos papeles cambiados, alguno de ellos de vergüenza ajena, como el caso de Gabriel Rufián. Algunos líderes independentistas no aclaran cómo harán “inevitable” la independencia que defienden, mientras la mayoría independentista deja de ser una realidad en el Parlament y agoniza a la vista de los electores. La metamorfosis más sonada desde Kafka ha permitido que ERC adopte la posición pactista y JxCat haga gestión en el Govern y acepte las decisiones judiciales mientras mantiene un simbolismo de ruptura.

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Este jueves, Jordi Turull afirmaba que “estamos en el último tramo de culminar la independencia”, que considera “inevitable” con “autoestima” y con el “gran activo que es la movilización”. Para Turull, que tiene la legitimidad que dan cuatro años en prisión, el independentismo está “en los últimos metros de subida a una montaña”. En la realidad, los enfrentamientos con ERC, la amenaza de romper el Govern y el retroceso en las encuestas no indican que el soberanismo lo tenga cerca. Al contrario.

Hoy el soberanismo volverá a salir a la calle y lo hará dividido en las estrategias y más irritado, y señalando traiciones. La vía negociadora es la única posible dentro de la UE –al margen de la rechazable vía de la violencia.

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El Gobierno español ha dejado las provocaciones verbales y los insultos. Mantiene el pulso con los representantes de un poder judicial que está en manos de un nacionalismo español reaccionario y no se atreve a defender abiertamente una reforma federal del Estado ni a permitir la convocatoria de un referéndum. España no será nunca Gran Bretaña, ni los Borbones los Windsor.

Mantener la ficción de que la independencia está cerca es frustrar muchos ciudadanos y, en la práctica, alejarla.

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Está cerca la posibilidad de romper el ejecutivo o de hacer un pacto a medio plazo entre contrincantes electorales que acepten que sus aspiraciones van para largo y que están obligados a entenderse si no quieren perder el Govern y alimentar la amargura, el resentimiento y la parálisis del país.

Alimentar la antipolítica es peligroso cuando la inflación y la crisis económica y energética erosionarán este invierno la calidad de vida de los ciudadanos y las aspiraciones de muchos jóvenes.

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Algunas voces de JxCat optan por la ruptura para poder actuar con más libertad en el eje derecha-izquierda. La realidad es que, si se rompe el Govern, su objetivo soberanista estará mucho más lejos y una victoria todavía más amplia del PSC, sin haber tenido que avanzar mucho en la negociación más allá de los indultos, mucho más cerca.

La parada de los trenes de Renfe del viernes nos lleva a la casilla de salida. La independencia tiene sus mejores argumentos en la mala gestión y las decisiones antieconómicas que se toman respecto a Catalunya en términos de infraestructuras y servicios.

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La gestión es poco épica, pero puede ser muy útil, y hablar claro es frustrante pero imprescindible para una sociedad que quiere que la traten como adulta.