Hacer y no hacer
Un artículo de fin de año puede hacer balance de lo que acaba o mirar hacia lo que comienza. Éste será de este segundo tipo.
La evolución de la política española –que será el tema de hoy– dependerá de factores externos e internos.
De entre los externos, uno crucial será si la ola de la extrema derecha mundial se encuentra en fase expansiva o recesiva. Lo sabremos seguro en noviembre con el resultado de las elecciones estadounidenses. Si el candidato republicano –que todo indica que será Trump– es elegido, el efecto de estimulación sobre toda la extrema derecha mundial será considerable y es de prever que también lo será el de arrastre sobre la derecha más clásica. Confiamos en que no ocurra y que estas elecciones signifiquen la rotura de la ola. Pero la moneda está en el aire.
Lo cierto es que, desgraciadamente, aunque los factores externos pueden añadir o quitar viento a las velas de la extrema derecha española, ésta, y la derecha clásica, tienen una dinámica interna que las está llevando hacia la radicalización. No necesitan demasiado viento externo. Me temo, pues, que, pase lo que ocurra en el ámbito internacional, nuestra derecha no se habrá reformado antes de las próximas elecciones legislativas, dentro de casi cuatro años. Y que desde Catalunya, y diría que desde la izquierda española, nada políticamente más importante que procurar que la coalición PP-Vox no tenga mayoría absoluta cuando el momento llegue. Es decir, es necesario profundizar en el atractivo y la estabilidad de la coalición de la investidura. La diversidad ideológica no hace posible, de momento, una coalición real de gobierno, pero sería recomendable conseguir que en la práctica la coalición funcionara como si lo fuera de facto. ¿Cómo? Pues haciendo y no haciendo.
Haciendo. El objetivo de ser atractivo pide una política cuyo contenido pueda ser presentada razonablemente como de centro, es decir, aceptable para el 2% o 3% de los votantes que decidirán el gobierno que salga de las elecciones. En un gobierno de coalición no es necesario que todos sus componentes, incluidos los grandes, manifiesten entusiasmo por cada medida de gobierno. Basta, como ha sido el caso de la amnistía, que no sea una línea roja profunda para ninguno. Resolver la ecuación que produzca un buen programa de gobierno no será fácil pero no es imposible. Si pienso en los partidos catalanes, este planteamiento da bastante margen para impulsar medidas sobre la economía, las infraestructuras o la lengua. No tanto más allá de la amnistía, para grandes iniciativas políticas. Si pienso en la izquierda del PSOE –que ya forma parte del gobierno– veo, de momento, suficiente pragmatismo y lucidez para hacerlo posible. Con la salvedad de los 5 diputados de Podemos, que, estrictamente hablando, no son imprescindibles.
No haciendo. Porque un gobierno de facto de coalición renueve mandato, no basta con que practique una política aceptable para una mayoría. También es necesario que su estabilidad sea creíble. Si no, el electorado de centro puede dejarse seducir por cantos de sirena de la coalición PP-Vox. Y eso nos lleva a lo que no debe hacerse: inducir desbarajuste y algarabía parlamentaria, el escenario de ensueño de PP-Vox. La acción política debe discutirse y consensuarse entre los miembros de la coalición de facto y, una vez acordada, se tramita lo que sea necesario en el Congreso de los Diputados. Y es lógico que entonces todos los grupos se apunten a los méritos que les correspondan. Observe que, en principio, esta metodología elimina la opción de la geometría variable, a favor o en contra del gobierno. Tiene dos implicaciones nada triviales para los miembros de la coalición de facto, los cuales deberían abstenerse de:
- Presentar iniciativas unilateralmente. Y esto vale tanto para el PSOE, con 120 diputados, como para el BNG, con 1. En particular, el PSOE debería cuidarse de presentar iniciativas que sólo pudieran aspirar a pasar con el apoyo del PP.
- Apoyar iniciativas no presentadas desde el gobierno. Por ejemplo: entiendo que, con iniciativa desde el Senado, el PP está intentando construir una mayoría –con Vox, Junts y el PNV– para suprimir el impuesto de sucesiones, una armonización a la baja. Juntos y PNV no deberían caer en la trampa. Otra cosa es que también sugieran al PSOE que el gobierno presentara una ley que armonizara el impuesto estableciendo unos mínimos en todo el Estado.
Ni el hacer ni el no hacer serán perfectos. Pero estoy convencido de que, cuanto más lejos quedemos de la perfección, más probable es que la coalición PP-Vox gane con un programa maximalista. Una perspectiva muy oscura que no merecemos.
Tengamos un buen año.