Una noche en la que no todo el mundo gana

Hay que felicitar a los partidos independentistas por haber conseguido finalmente desvanecer la mayoría absoluta que habían tenido desde 2015 a esta parte. No ha sido fácil, porque era una mayoría sólida y resistente, pero a base de partidismo, tacticismo, peleas internas, rencores, tirries, personalismos, petulancia y palabrería han llegado a hacer el trabajo. Ahora podrán seguir peleándose, con acusaciones mutuas de ser los causantes de la liquidación de esa mayoría.

Esto no quiere decir, lógicamente, la desaparición de la masa social independentista, sino su desmovilización, desactivación y dispersión. Muchos votantes independentistas se han quedado en casa (habrá alguien que sea suficientemente corto de atribuirse la abstención), algunos han elegido opciones irrelevantes como la de Graupera y Ponsatí, otros han votado a Isla, y en el peor de los casos, Aliança Catalana. Cuando una idea se deja hasta el punto de producir bolsas de suciedad de ultraderecha, significa que ha llegado a una estación final y que necesita no recalcular el viaje, sino empezar un viaje nuevo. Quiere decir, también, que el independentismo como tal no es una ideología, sino un objetivo que debe modularse de acuerdo con las diferentes ideologías, algunas de las cuales son indeseables. Pero esto ya lo sabíamos. ¿O no? Recalentado por tercera vez, el plato del regreso de Puigdemont aguanta pero sabe a derrota; la propuesta pragmática de ERC sencillamente se derrumba; el curioso proceso de reflexión y redefinición de la CUP no ha ido a ninguna parte. El resultado es que estos tres partidos pierden quince escaños, mientras que Aliança Catalana obtiene dos que serán una permanente fuente tóxica que inevitablemente ensuciará la imagen del conjunto del espacio independentista. Algunos podrán seguir negando que exista la extrema derecha independentista, mientras la oiremos bramar en cada sesión. Entre la ultraderecha española de Vox y la ultraderecha catalana de Aliança alcanzan casi un 12% de representación en el Parlament.

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El PSC gana en votos y en escaños y, por tanto, el vencedor de la noche es Pedro Sánchez, perdón, Salvador Illa. Para el candidato y ex ministro, la victoria es aritméticamente complicada: la tarea de conseguir armar una mayoría que permita la investidura, primero, y que permita gobernar, después, se presenta ardua. Otra opción es una gobernabilidad basada en la geometría variable y acuerdos puntuales. En la lectura madrileña de los resultados, la victoria socialista y la liquidación de la mayoría independentista representan el triunfo que Pedro Sánchez anhelaba y necesitaba, dentro del eslalon de minas antipersona en el que consiste su presidencia. Sin embargo, el bloque de la derecha ultranacionalista española tampoco tiene motivos para la queja: entre PP y Vox suman veintiséis escaños y casi el 20% del voto. Vemos por fin desaparecer otra formación tóxica, Ciutadans, pero el veneno que ha expelido a lo largo de su existencia queda impregnado en la política catalana y en la española. El tópico dice que, por las noches electorales, todo el mundo gana. Los partidos independentistas, hoy, mejor que no digan mucho.