El nombre hace la cosa
Se está instalando el consenso general de que en Gaza se está cometiendo un genocidio. De acuerdo. Y hace un mes, ¿qué era? Porque llevamos meses denunciando las atrocidades y excesos cometidos por Israel en este conflicto. ¿Qué ocurre cuando se eleva la calificación de la cosa a una terminología nueva? Pues el efecto es doble: por un lado, automáticamente se obtienen más simpatías de la opinión pública internacional (la famosa batalla del relato), y, por otro, se entra en una calificación jurídica distinta que tiene efectos penales agravados. Si Rusia estuviera cometiendo un genocidio en Ucrania, sin duda las manifestaciones contra Putin habrían reavivado en toda Europa (en lugar de esta vergonzosa parálisis). Al principio, Hitler también se limitó a hacer invasiones, cuando todavía no se conocía (o no se denunciaba) el Holocausto: se empieza invadiendo territorios, o lo que es lo mismo, no respetando los derechos de los pueblos, y se acaba no respetando la vida. Genocidio es un cambio de pantalla. Un cambio de tamaño. Es más: si dices que lo es, pareces automáticamente propalestino; si dices que no, eres prosionista. Las etiquetas nos etiquetan.
Ya lo aprendimos aquí: cuando se dice "tumulto", se quiere decir sedición. Cuando Aznar habla de "kale borroka" en referencia a las manifestaciones durante la Vuelta Ciclista a España, está diciendo terrorismo. Cuando se llama "golpe de estado", se quiere decir delito de traición. Y cuando se llama "democracia española", se quiere decir acatamiento a la interpretación unilateral de la ley. Hubo un momento en que el Consejo de Europa, incluso, lo hizo en catalán" de manera indirecta, como si no mirara a nadie (pero mencionando a España y Turquía).¡Viva el pueblo español!"en lugar de proclamar su equivalente, sinónimo y auténtico"¡Viva España!".
El lenguaje no sólo describe la realidad: la crea. Cuando la ONU tarda meses en utilizar la palabra genocidio, lo que está haciendo es aplazar la realidad misma. Cuando el Tribunal Internacional de Derechos Humanos no se atreve a entrar en esta definición, marca también los límites de la verdad. Cuando un estado no llama "guerra" sino "operación especial", está convirtiendo la destrucción en una misión quirúrgica y casi legítima. Las palabras son los marcos en los que ponemos los hechos, y si cambias el marco, cambias el significado de lo que se contiene. El franquismo hablaba de "Movimiento Nacional" y no de dictadura, al igual que Aznar empezó a hablar de Movimiento de Liberación Nacional Vasco cuando negociaba con ETA. Los militares hablan de "daños colaterales" para evitar tener que decir "muertes civiles", y Trump ha pasado de hablar de ministerio de Defensa a ministerio de la Guerra. En este caso, dicho sea de paso, la nueva terminología es claramente más honesta.
Lo mismo ocurre con los adjetivos: no es lo mismo decir "extremista" que "de extrema derecha", ni "independentista" que "separatista". En España se impuso durante años esta última palabra para dotar de una connotación negativa al movimiento soberanista, aparte de los inefables "supremacistas", "racistas" e "insolidarios". Aún hoy, según quien hable, no hay "presos políticos" sino "políticos presos": un orden que no es inocente, porque el sujeto determina si la acción es política o criminal. De hecho, la mayor parte de batallas políticas se entregan hoy en el campo del lenguaje: quien logra imponer su palabra, impone su relato, y quien impone el relato, condiciona la realidad. Orwell lo dijo con la lengua "Newspeak" de su1984:si eliminas la palabra libertad, eliminas la idea de libertad.
Por eso es tan peligroso cuando los debates se reducen a palabras. La discusión sobre si en Gaza hay genocidio es necesaria, pero si se agota toda la energía política y moral, acabamos olvidando que lo que existe es un pueblo sometido, una población masacrada y un derecho de autodeterminación negado. Es la misma trampa que aquí: el día que discutimos sólo sobre si hubo "sedición" o "desórdenes públicos agravados" ya hemos perdido, porque aceptamos que el debate no es sobre la libertad, sino sobre la tipificación penal.
Las palabras definen, pero también estigmatizan. Dicen cosas, pero también las hacen. Pueden describir la realidad, pero también pueden crearla. Para que vengan a decirnos que los escritores, los de letras, los del adjetivo, no decidimos nada.