Nuevas españolidades

Bajo con una amiga la Quinta Avenida. En Nueva York huele a maría por todas partes, hay muchas ratas y te encuentras a gente gritando en cada rincón. Si alguien grita fuerte, en medio de la calle, al vacío, tratando de romper la calma del cielo, puedes saber quién es de aquí y quién no: basta con ver aquéllos que se giran y aquellos que siguen caminando. Los últimos son de la ciudad. Hace unos días, el agua revesaba por toda la ciudad y ahora un sol de invierno nos abalea el ánimo. Son las cosas, creo, de vivir en los límites de la historia. O quizás es que siempre hemos estado allí, al límite, y ahora sólo nos lo repetimos para no tener que actuar.

Como hacen los amigos, hablemos. Hablar sin cansarse el uno del otro y repetirse la historia compartida es lo que hacen los amigos. También explicarse secretos que jamás dirán a nadie más y revelar las verdades que se esconden en las palabras comprometidas: atreverse a decir lo que no se puede decir. Violeta es de Sevilla y realiza una estancia doctoral en una universidad americana. Yo salgo de una residencia de escritura en el norte del estado tratando de ultimar una novela. Bajamos la Quinta Avenida. Hablemos.

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Uno de los temas es la extrañeza de ocupar este lugar: una ciudad lujosa, un mundo conocido de tantas películas donde lo hemos visto y de tantos libros que lo cuentan, una ciudad que sólo sabe de exceso y que desconoce los límites. Ni nuestra lengua, ni nuestro origen, tampoco nuestros deseos, ni las expectativas, nada de eso enunciaba que hoy podríamos estar aquí. Ciertamente: también los sueños que uno tiene están limitados por el lugar de donde está. O dicho de otro modo: ¿cuántos sueños nunca tendremos, porque no toca que seamos nosotros, quién los imaginamos?

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Entre ella y yo también hay diferencias, claro, porque la amistad es una extrañeza que nos religa. Por ejemplo: la lengua. El castellano, en su caso; el catalán, en el mío. Hay, al mismo tiempo, un hilo que hermana la distancia: como yo, ella también debe defender que su forma de hablar –el andaluz– es tan digna como cualquier otra y que una niña que creció en un barrio de una ciudad olvidada del sur de España puede investigar en una inaccesible universidad.

Siempre nos preguntamos entre nosotros por las cosas que no entendemos, porque cada amiga te señala el mundo de una manera diferente. De este libro que no nos gusta pasamos a una película que nos gusta mucho, los hombres nos llevan a la soledad, de la amnistía vamos a las lenguas al Congreso, y aquí reímos, reímos cuando acuñamos el término nuevas españolidades para referirnos a lo que nos espera a partir de ahora en la era postamnistía cada vez que se converse de lengua, origen e identidad: que la moda, en la España rebranded, será hablar del catalán (o del vasco, del gallego), pero que no se escuchará a quien lo habla desde siempre; que se aceptará en las instituciones estatales, pero que se seguirá cuestionando en nuestro sistema educativo; que será una bandera para enseñarle al mundo qué estado más progresista que tenemos, pero que será motivo de burla cuando los demás no miren; que empezarán a citar a algunos de nuestros poetas en los discursos oficiales, pero que nunca leerán más de dos versos. ¿Qué diría Vicent Andrés Estellés si viera cómo le evoca la presidenta del Congreso, o Montserrat Roig al escucharse en boca del ministro de Cultura?

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Riem, porque hace unos años estaba moda hablar de "nuevas masculinidades" refiriéndonos al Nuevo Hombre que debía olvidar los dejos antiguos del patriarcado y ahora parece que, en la esquina, nos esperan unas españolidades progresistas que se escandalizarán cuando el catalán, el vasco, el gallego (pero también el andaluz, con su manera de decir el mundo), en vez de ser una pieza de museo, una citación comodín o una voz en el Congreso por encima de la cual recita un intérprete en castellano, se escandalizarán cuando el catalán, el vasco, el gallego, hagan cosas que ellos no hayan programado, ni decidido, ni calculado.

La Violeta ríe en andaluz. Yo rico en catalán. Y seguimos hablando.

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Pero vamos, que nosotros hablemos de esto como hablamos del tiempo y del trabajo, de los amores que ya no lo son, de la familia, de la distancia, de la añoranza, y, como hacen los amigos, hablamos por hablar, porque a veces hablar es una forma de hacer el silencio más llevadero y de decirnos, sin decírnoslo, que nos tenemos el uno al otro. Ahora un grito nos interrumpe la conversación. Nos giramos. Por la Quinta Avenida todo el mundo sigue caminando.