De Obama a Harris: ¿se repetirá el tsunami?
Han pasado 16 años desde que Barack Obama sacudió la forma de hacer campañas en Estados Unidos. En la histórica convención demócrata del 2008 en Denver (Colorado) se vivió el inicio de una confrontación electoral entre dos modelos que llevaría a la sociedad estadounidense a una nueva era política. Aquella campaña, en la que participé realizando labores de apoyo en comunicación política, fue un momento muy potente que, cuatro mandatos después, Kamala Harris quiere repetir. Este agosto en Chicago (Illinois) la candidata demócrata ha recuperado el mensaje de cambio y esperanza en una carrera hacia la Casa Blanca que recuerda enormemente a la de ese año. Evidentemente, con matices.
Obama venció y se convirtió en el primer presidente negro de EE.UU. Ahora Harris podría volver a hacer historia y convertirse en la primera mujer que ocupa el Despacho Oval. Mujer, y de ascendencia asiática. Un hecho que, al igual que ocurrió en la campaña de Obama, ha movilizado a los votantes jóvenes, a las mujeres y colectivos como el hispano y el negro, aunque este último todavía muestre menos compromiso que en la campaña del "Yes we can".
Que la candidata demócrata pueda vencer es una esperanza para una Europa debilitada y para el mundo entero. Hace 16 años, la victoria de Obama se recibió y percibió, a ojos occidentales, como un bálsamo para las tensiones geopolíticas en todo el planeta. Tanto, que sólo un año después de proclamarse presidente fue reconocido con el Nobel de la Paz (aunque Estados Unidos estuvo involucrado en conflictos bélicos a lo largo de toda su presidencia).
La entrada en escena de Harris ha sido un revulsivo. En la convención de Chicago de agosto reviví un nuevo efecto Obama. Lo que iba a ser una ola de cambio acabó convirtiéndose en un tsunami que nadie esperaba. Durante esa semana, más de 5.000 personas de la ciudad a orillas del lago Michigan se ofrecieron voluntarias para ayudar en la campaña, se recaudaron más de 200 millones de dólares y el pabellón de los Bulls, el United Center, quedó pequeño como lo quedó en 2008 el estadio Empower Field at Mile High de Denver. Al terminar la convención, por la que desfilaron todos los pesos pesados del Partido Demócrata, el efecto Harris cogía forma de tsunami.
Obama proyectaba esperanza y cambio. Ahora Harris luce ilusión, alegría y entusiasmo. La renuncia de Joe Biden y su apoyo a la vicepresidenta han sido un acierto. Los demócratas vuelven a creérselo, e indecisos y republicanos moderados, ahora sí, han decidido involucrarse. Al contrario de lo que ocurría antes de la convención de Chicago, decenas de miles de americanos que querían quedarse en casa irán a votar. Lo harán, según apuntan las encuestas, por una líder con carisma que en estos momentos es la única que puede parar los pies a un Donald Trump desbocado.
Ahora bien, el polvorín de Oriente Próximo ha entrado de lleno en la campaña. Tomó el relevo al conflicto de Ucrania y lo que decida en los próximos días la administración Biden en la esfera internacional podría girarse en contra de Harris. La vicepresidenta, con este escenario imprevisible, tiene todavía mucho trabajo por hacer. Pasa de puntillas por los asuntos más complejos y estratégicos, como es precisamente la política global. Un punto débil que sirve a los trumpistas para acusarla de complicidad con Hamás y Hezbolá. Defender la dignidad de las mujeres, la salud pública y la igualdad es importante, pero no es suficiente. Estas elecciones van sobre todo de inflación, inmigración y seguridad, y la división entre bonos y malos que alimenta a Trump se nutre precisamente de estos tres componentes.
La sociedad estadounidense, al igual que ocurrió hace 16 años, ha vuelto a polarizarse. Esta vez, sin embargo, de una forma más preocupante. Por eso el 5 de noviembre de 2024 es importante que venza a Harris. Al igual que ocurrió en noviembre del 2008, en menos de un mes sabremos si Kamala, la "candidata del pueblo", será capaz de detener una espiral de confrontación que amenaza al mundo entero.