La OTAN y Europa

Esta mañana Ibon Uría Molero llamaba la atención en Twitter sobre el siguiente párrafo del editorial de La Vanguardia de hoy: “El balance de estos cien días es catastrófico. El fin de la guerra no está aún a la vista. Rusia concentra ahora sus esfuerzos bélicos en el Donbass, para estrangular el acceso de Ucrania al mar. Pero ni siquiera eso aseguraría un pronto alto el fuego. Sin embargo, la paz debería ser ahora la gran prioridad. Cuando llegue, Ucrania será quizás un país con menos superficie que hace cien días, semidestruido, pero con un sentimiento nacional consolidado y muchas simpatías en Europa. Rusia, en cambio, habrá logrado menos progresos de los que buscaba y habrá mostrado al mundo su peor cara. Nunca debería haber iniciado esta guerra”. Uría comentaba en su tuit, a propósito de este párrafo: “100 días de guerra para esto”. Por supuesto he hecho retuit.

Es sin duda saludable que algunos de los editorialistas de la prensa más influyente vayan tomando conciencia de la catástrofe que supone la guerra y de la necesidad de poner el foco en las vías diplomáticas que faciliten acuerdos y negociaciones que puedan desembocar en la paz o al menos en algún tipo de alto el fuego o armisticio. Ya les digo yo que la supuesta consolidación del nacionalismo ucraniano y la mala imagen internacional de Rusia no serán los factores geopolíticos más importantes en el futuro. El escenario interno ucraniano no se augura nada sencillo (mucho menos si tienen que ceder un quinto de su territorio en una negociación) y es difícil imaginar que las sanciones y humillaciones a Rusia vayan a propiciar un cambio de régimen o a disminuir el nacionalismo. Por el contrario da la impresión de que los nacionalistas ucranianos prometerán una muerte estilo Gadafi al presidente Zelenski si cede los territorios ya perdidos en las negociaciones y que el sistema autocrático ruso (hasta anteayer admirado por buena parte de la derecha europea) se reforzará.

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Hasta ahora las únicas voces que que en Europa han puesto el acento en la diplomacia y han reivindicado el pacifismo son las fuerzas políticas y líderes de izquierdas como Mélenchon en Francia, la secretaria general de Podemos y ministra Ione Belarra junto a los líderes de los partidos independentistas de izquierdas en el estado español o el exlíder laborista británico Jeremy Corbyn. A ellos habría que sumar el Papa de Roma, buena parte de cuyas afirmaciones pacifistas han sido silenciadas en los medios de comunicación.

Pero tanto el Papa como la izquierda valiente son excepciones en Europa. La regla ha sido una fiebre mediática militarista que ha instalado un ambiente macartista en el que las posiciones pacifistas, críticas con la OTAN, contrarias al envío de armamento y favorables a poner en el foco en la diplomacia, han sido atacadas y ridiculizadas con una repugnante ferocidad que ha llegado al extremo de usar el crimen de las potencias democráticas de la No intervención que entregó la República española al fascismo como ejemplo para justificar el apoyo militar a Ucrania. Ha resultado particularmente obsceno ver a los mismos que siempre definieron la Guerra Civil española como una confrontación fratricida y repartían culpas a partes iguales entre republicanos y fascistas reivindicar ahora el antifascismo del Gernika para justificar su furor otanista.

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Y aquí nos encontramos con la clave del problema que algunos, más sosegados y habiendo dejado atrás los ardores belicistas, quizá empiezan a ver. Y el problema se llama OTAN.

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Cuando Macron señalaba hace unos meses que la OTAN estaba en muerte cerebral, apuntaba sobre una evidencia que debería ser un sentido común geopolítico europeo más allá de ideologías, a saber, que la OTAN no es una organización militar al servicio de los intereses de Europa, sino una organización militar que subordina Europa a los EE.UU.

A día de hoy es difícil negar que la invasión rusa ha producido como resultado un reforzamiento sin precedentes del poder de los EE.UU. en Europa, en una lógica geopolítica que apunta a China como gran rival de los estadounidenses. En ese combate entre la potencia de hegemonía declinante (pero que sigue siendo la más poderosa militarmente) y la potencia económica ascendente que sin embargo recela de los escenarios militares para consolidar sus aspiraciones hegemónicas, los europeos, Ucrania y Rusia somos poco más que un escenario de combate con todo que perder y nada que ganar. Los discursos épicos y las apelaciones al derecho de un pueblo a defenderse son de una hipocresía sin límites a la que se han sumado de la manera más cobarde todos aquellos que temen navegar en la dirección contraria a la que imponen los grandes poderes mediáticos. Y aún así, es cada ves más obvio que la paz no solo es un objetivo moral, sino una necesidad geopolítica europea para que sus maltrechas democracias puedan resistir una tendencia derechista hacia la involución que la lógica de la guerra no hace más que acelerar.

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¿Tiene alguna justificación la agresión rusa? No, pero pensar que tiene sentido acercar la OTAN cada vez más a Moscú es ignorar peligros que deberían aterrorizarnos, incluido el riesgo creciente de una guerra nuclear de consecuencias que van más allá de nuestros marcos mentales.

Por eso resulta patético el alborozo con el que los partidos de la derecha, el PSOE y algunos otros celebran la próxima cumbre de la OTAN en Madrid y su implicación más siniestra: el aumento de los presupuestos militares para ponerlos al servicio de una organización cuyos intereses no son el mantenimiento de la estabilidad en Europa y la sostenibilidad de lo que queda de sus Estados del bienestar, sino reforzar el peso geopolítico de los EEUU.

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La izquierda que se está atreviendo a decirlo, frente a una jauría de lobos mediáticos y a la cobardía de los que miran hacia otro lado, está demostrando más sentido de Estado y raciocinio geopolítico que los hipócritas que presentan como infantiles e ingenuas la defensa de la paz y la diplomacia.