El país entero

Necesitamos. Mucho. Por eso quiero dar las gracias al campesinado catalán. Sin la condescendencia que se nos presupone a veces a la gente de la ciudad. No es el caso. Hemos nacido en la ciudad por azar, pero el campo nunca nos ha quedado tan lejos como otros insisten en marcarlo. Sabemos de dónde sale lo que comemos y sabemos cómo cuesta que salga. Conocemos el paisaje y lo amamos. Por eso, gracias infinitas. Por existir, por protestar, por resistir. Y gracias también a quien no ha podido más. Porque en esta cultura del exprimir debemos contar que no todo el mundo es igual y que lo normal fuera desistir todo el rato. Quien no puede más no arroja ninguna toalla. Con la toalla podemos secar las lágrimas. Las suyas y las nuestras. Porque compartimos la tristeza y la rabia. A los trabajadores del campolos ahogan. El paisaje se vacía y la política de despachos no pisa la tierra. Sólo por hacerse la foto.

Con todos los matices que desee, nunca hay nadie perfecto, lo que estas protestas evidencian es que es el momento de afrontar una crisis que nos lleva a todos hacia el desastre más absoluto. La falta de relevo generacional hace tiempo que nos hace preguntarnos por qué la gente joven no quiere dedicarse al campesinado. La gente joven que está trabajando en el campo son una especie de locos idealistas (a los idealistas siempre se les presupone alguna locura) que defienden una manera de hacer y vivir que no importa prácticamente a nadie. Sin el trabajo del campo, nuestro país no sólo se morirá de hambre, sino que arderá por los cuatro lados. Ya ha empezado a hacerlo. El futuro ha llegado. Pero las decisiones políticas cortoplacistas de voto todavía es hora de que sirvan de algo. La sequía no es sólo hídrica. Pero que no llueva es culpa de nuestro señor.

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La gente de la calle está junto a la protesta del campesinado. “¡Pues que consuman sus productos! ¡Que paguen un precio justo!”, gritan en las redes tan fácilmente como siempre. Tienen razón, pero no puede dejarse todo en manos de los consumidores. La política tiene la obligación de proteger a los productores locales y no sólo a las grandes cadenas de supermercados. Y es cierto, no hay suficiente conciencia a la hora de pagar los productos que comemos ni la ropa que llevamos, pero no todo el mundo puede pagar lo mismo. Esto lo sabe el sistema, se aprovecha y pasa por encima de las alternativas como una apisonadora. Hay mucho trabajo por hacer, por parte de todos. Y muy poco tiempo para realizarla. La periodista Ruth Troyano escribió hace tiempo: “Sin campesinos no hay vida. Ha llegado el momento de hacer lo que un país normal haría, que es consumir sus alimentos. Beberse y comerse el país, que es amarlo y estar dispuesta a sostener un sector primario que agoniza”. No es suficiente con aplaudirlos. Esto también lo hicimos con las enfermeras, que también han protestado. Es el momento de que los trabajadores se apoyen unos a otros ante unas políticas que ponen a tantísima gente al límite. Idealismo, si lo desea. Aliento.

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No se trata de elegir un bando. Ni de rechazar a pesar de todo el que viene de fuera. Este discurso sólo genera odio, fomenta la ignorancia y empeora las cosas. Los intereses comunes son los que nos permiten vivir el día a día. Recordémoslo. Ni estamos solas en el mundo ni somos nada unas sin otras, ni queremos una izquierda woke que hace desaparecer a la izquierda. El secretario general de la ONU, António Guterres, acaba de decir que el mundo "está entrando en la era del caos". Dice, desde una organización que dista mucho de ser útil, que estamos perdiendo la confianza en las instituciones y en la política. Así es. Pero los tractores serán siempre nuestros.