Pedagogía macabra
En la imagen se ven a los hijos sobre uno de los misiles interceptados por Israel. En el suelo, la madre, de espaldas, les hace la fotografía. Va con un traje que le mueve el viento. Como si hubiera salido a pasear por el campo en verano. Tiene un punto bucólico. Pero sobre todo familiar. Más allá está el fotógrafo que no se ve, haciendo la fotografía de la fotografía. Sobre el misil, enorme, cabrían muchas más familias. Y si el misil hubiera llegado a su objetivo, habría destrozado muchas más. No hace falta ni siquiera ninguna señal de victoria. No lo hacen. Todo son derrotas.
Unos cruceros pensados para familias se llenan de colonos israelíes que embarcan con sus hijos rumbo a Gaza, bien entrada la noche. Desde la costa, toda la familia observa cómo bombardean la ciudadanía palestina, también criaturas, claro. Es como si fueran a ver fuegos artificiales. Como si la guerra fuera un parque de atracciones en el que el túnel del terror clásico ha quedado tan desfasado y resulta tan ridículo que conviene actualizarlo con el terror de verdad. Muchos de estos cruceristas graban la guerra con el móvil. En directo. El objetivo del viaje, aparte de recrearse en el horror, es enseñar a las criaturas que todos estos bombardeos se hacen para que vean que la tierra que ahora están destruyendo les pertenece. Por eso hay que asesinar a la gente que vive allí. Para que puedan ir a vivir ellos. Ya se ve que no pueden coexistir mezclados. Podía parecerlo, por un momento. Pero no. Hay planes educativos en los que los niños aprenden a ser asesinos. Y lo peor de todo es que funcionan.
Hace tiempo que nos escandalizamos al ver la falta de respeto de gente que se hace selfies o fotografías poco adecuadas mientras visita Auschwitz o cualquier otro campo de concentración. El horror es poder elegir a más de uno. Ejemplifica que no fue un caso aislado. Ciertamente, los campos de concentración no parecen los lugares más acertados para realizar postureo, si no eres un nazi convencido, orgulloso de un pasado nefasto. Desgraciadamente, de éstos cada vez hay más, también. Pero cada uno toma las fotos desde su punto de vista. Algunos no se enteran de nada y otros peregrinan a los lugares donde los genocidios se consideran un bien de la humanidad. Hay mucha ignorancia y mucha maldad. No necesariamente van juntas. De hecho, suelen ir separadas, pero tampoco quisiera atenuar la responsabilidad de los ignorantes. Desde las mismas instituciones que hacen la guerra se insiste en la memoria y se destinan presupuestos en obras monumentales para evitar repeticiones históricas, pero viendo la violencia que nos envuelve y su tendencia a aumentar, de momento no parece que nos haya hecho mucho servicio. Sólo por hacer postureo, eso que ahora se lleva tanto y se ha llevado toda la vida, se ve.
La pregunta es si nos hemos deshumanizado más que nunca o si vivimos en un mundo en el que la facilidad para crear imágenes es tan inconsciente que no somos capaces de distinguir cuando nos hacemos una foto en la Torre Eiffel, en Mauthausen, en una Gaza devastada o en la miseria de las calles de Bombay. En cualquier caso, recordar el pasado no nos hace un presente mejor. Acumulamos imágenes que explican el horror sobre el horror sin poder digerirlas. En todos los bandos del mundo hay personas defendiendo la paz. Pero ahora sólo vemos paisajes en guerra, perpetrada por unos líderes a los que lo que más les importa es pasar a la historia. Porque la historia, en nuestra pedagogía macabra, se ha contado a partir de las guerras y de los propios líderes que también hicieron caso omiso de la memoria.