Perder el miedo a politizar la lengua
Ahora que llega Sant Jordi y habrá que tomar muchas decisiones sobre la lengua de los libros que regalaremos, es un buen momento para volver a abrir el debate cargante sobre lo que, en su día, Ada Colau llamó "el rollo fiscalizador del catalán". Podemos decir que el único legado positivo del Proceso es que estamos perdiendo el miedo a politizar la lengua. Naturalmente, esto no es mérito de los partidos y asociaciones que lideraron la cosa, sino una respuesta a sus fracasos. Después de décadas de dejadez y engaños con la inmersión y de un soberanismo que se comió con patatas el caballo de Troya mental del cosmopolitismo español (nótese el oxímoron) según el cual hablar de identidad y lengua es antiguo, peligroso y contraproducente, ahora resulta que el catalán se encuentra en peligro.
Pero una identidad y una lengua no son ni una distinción folclórica entrañable que hay que proteger como un animalillo exótico ni las orejeras de burro esencialistas de una tribu: una identidad y una lengua son sobre todo la continuidad de la historia de un grupo de personas. Y eso significa que son herramientas útiles y políticamente fundamentales, porque si en Cataluña no conoces ni participas de la conversación catalana, estás indefenso ante el resto de poderes del mundo que son perfectamente conscientes de su identidad y hacen políticas para que le vaya mejor que a la tuya. Para revertir injusticias las mujeres necesitaron reconocerse como mujeres, los trabajadores como trabajadores, y los negros como negros, mientras quienes les oprimían les decían que no hacía falta, que todo era universal y neutral. Sant Jordi es un gran día para recordar que la lengua catalana es la clave para acceder a las historias que te arraigan y apoderan en este pedazo de tierra que llamamos Cataluña.
El problema es que politizar la lengua es una expresión que ahora mismo suena mal, pensamos que hablar explícitamente del conflicto pondrá de culo a la mayoría de catalanes que no tienen el catalán como lengua materna, y que la alternativa es tratar la lengua como un mal que no quiere ruido. Pero es justamente cuando una causa se encuentra en horas bajas que es necesario recordar el sentido de politizar. Tal y como explica la historia de los movimientos sociales y la ciencia política que se ha hecho al respecto, los cambios políticos importantes nunca se han logrado a través del consenso, sino de la denuncia y la tensión. El consenso está muy bien y es deseable, pero es la medalla que se cuelgan los políticos que llegan al final de un proceso de conflicto que suele ser largo y duro. Es sólo porque alguien señala una injusticia que pasaba cómodamente desapercibida que se pueden empezar a enderezar las cosas. Esto no quiere decir que seleccionar la demanda, cómo se comunica, o cuándo conviene estrechar y cuándo relajar, no sean factores importantes. Pero el caso del catalán es un ejemplo obvio de que mirar hacia otro lado es parte del problema. Y a la inversa: gracias a una campaña de polarización como la que hizo Ciutadans, el anticatalanismo y el deseo de genocidio lingüístico se activaron y cohesionaron mientras el lado catalán seguía sin confrontar la cuestión con un discurso propio, claro y valiente.
Durante el Proceso corrían muy ciertas teorías sobre los movimientos sociales. Pienso en obras como el Manual de desobediencia civil (Saldonar), cuya gracia es que, en lugar de recomendar formas de hacer desde la reflexión abstracta, partían de un análisis histórico detallado de casos que demostraban que el compromiso con la polarización no es una cuestión de fe, sino que la movilización, incluso en contextos difíciles, ha logrado cambios importantes. Desde las sufragistas hasta los derechos civiles en EE.UU., pasando por el derecho al matrimonio homosexual o la seguridad social, denunciar discriminaciones que en el principio pueden parecer poco populares hace crecer una conciencia que a largo plazo lleva a la victoria. Una causa realmente transformadora no puede ser mainstream desde el principio, y un movimiento social debe aceptar que levantar la voz activará a un cierto número de gente en contra y no todo serán flores y violas.
En Cataluña el catalán ahora mismo es una lengua minorizada y es normal que señalar las injusticias lingüísticas y pedir que cambien las cosas haga una mezcla de miedo y vértigo. Pero la polarización es natural, las sociedades están divididas sobre muchas cuestiones, y el gran foco del miedo a politizar proviene del juego de intereses de los políticos profesionales, mientras que la historia nos dice que cierta capacidad para asumir la tensión y mantenernos firmes es lo que acaba cambiando las cosas. "Politizar la lengua" debe ser una expresión que cada vez nos suene más natural y buena.