Personas que nunca hacen vacaciones
El otro día unas personas que nunca hacen vacaciones se reunieron con otras personas que tampoco hacen vacaciones. No era un congreso, ni una cumbre, ni ningún concilio para renovarle el contrato al espíritu santo. Aquellos seres se encontraron sólo por una razón: detener un incendio.
“El fuego lo paramos nosotros”, me dice un campesino chamuscado por la hoguera de los años. Tiene la piel y el alma café con leche torrefacto pasado por la parrilla y flameado por un lanzallamas. Este medio-medio, vuelta y vuelta, éste dio vueltas a la asa de la vida. El resultado final fueron 273 hectáreas quemadas en Ciutadilla y Nalec (Tome nota los de la verdad que nunca ve: 191,38 agrícolas; 81,83 forestales; 0,35 urbanas). Éste es el Urgell que se morrea con la Conca de Barberà. Ésta es una de las pequeñas grandes bisagras amorosas de Cataluña. Un beso único de la tierra. Pero un fuego es una criba violenta, forzosa, no deseada. ¿Por qué? Jugamos al juego del teléfono.
A ver, yo digo: "marsupial de metal" ya la criatura del final le llega "ardilla narcotizada". Si todos estos campos, estos trozos, estuvieran labrados (como antes) harían de cortafuegos. Pero Europa, el estado nacional burocrático, dice que por el cambio climático-erosiones solo etc. y, por tanto, para acogerse a las ayudas, se obliga a la siembra directa, es decir, a no labrar los campos. Así, en verano, brotan mares de rastrojos: gotas de chispas, buffet libre potencial de la cerilla. Una cosa es la teoría y otra la práctica. Una cosa es un papel en un despacho a mil kilómetros; la otra las personas que viven y se pueden quemar en las narices. Porque estos fuegos sólo pueden apagarse si hay campesinos, vivos, que se pueden ganar la vida cada día. Ellos cuidan la tierra. ¡La génesis de todo! ¡Cultura total, infinita! CULTURA versus Incultura. Pero, ¿qué es más importante: un campesino-persona vivo o muerto-quemado?
A los campesinos-personas les puede matar, arrasar el fuego, las llamas, pero también otra plaga. Estos días lo decían, mientras resoplaban, sudaban. El fuego era una escoba de muelas. Y lo primero que tuvo delante plantando cara fue los campesinos (luego agentes rurales y bomberos). Es en estos momentos, cuando tienes el bañita en los morros, que los agricultores piensan en el otro fuego que les ataca por otro frente, los demás demonios: los analfabetos.
Los campesinos apagaban las llamas de Ciutadilla pero no las diarias. Las de aquellos seres maléficos encendiendo con palabras: que si los campesinos matan conejos, torturan grillos, contaminan, desperdician agua o se escarban la nariz de una forma poco sostenible. Todo esto lo hacen en nombre de su dictadura del bien-mal y les molestan los campesinos, es decir, que existan. Así, ¿dónde están cuando hay fuegos? ¿Por qué no les apagaron a su luminosa forma que seguro que lo sofocan desde el sofá con wifi neuronal? Éstos lo miraban desde una pantalla de verano. Comiendo nuggets congelados a mil kilómetros sin querer saber nunca que son cadáveres de pollos y creyendo que son vegetales del corral de la abuela María. Dando lecciones como magistrados inorgánicos que abrasan con sus sentencias analfabetas. Una cosa es sudar en la piscina, otra apagar un fuego. Lección de primero de placenta.
Los primeros. A llegar, a dar la cara, la piel y todo. Los campesinos. Se organizan al instante como un solo cuerpo y espíritu. Con una tecnología muy antigua pero de continuo futuro. Coordinados por la responsabilidad con la tierra, la humanidad, el más allá, transformada en energía de lucha. Los que nunca hacen vacaciones. Porque la naturaleza, la vida, el deber, la conciencia no lo hacen. Después, los analfabetos que hacen vacaciones necesitarán cursos, terapias antiestrés para poder volver a la vida laboral-letal. Pero existe un remedio mágico: un curso de apagar fuego. Experiencia emocionante, inolvidable, transformadora. Gratis. 24 horas. Está de oferta: ¡Crema en las manos!