Una furgoneta de reparto de Amazon
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La falsificación es uno de los crímenes más antiguos en la historia de la humanidad. Se han falsificado monedas, metales, billetes, creaciones artísticas, firmas, correspondencia, todo tipo de documentos. Sin embargo, hasta el siglo XX la falsificación era un fenómeno caracterizado por un perjuicio limitado en alcance y número de afectados. Un falsificador podía vender una obra de arte falsa, y un grupo de delincuentes podía falsificar una cantidad de monedas o billetes que no tuviera un impacto sustancial en la cantidad total de dinero en circulación o en la masa monetaria.

En la era contemporánea la situación ha cambiado drásticamente. Las falsificaciones de obras de arte o piezas únicas son raras. Los piratas del siglo XXI ya no necesitan esconderse en sitios secretos y clandestinos. Llevan a cabo sus actividades delictivas a plena luz del día en plantas de fabricación y sus fraudes implican grandes volúmenes que violan la propiedad intelectual e industrial en todas sus manifestaciones.

Su principal herramienta para delinquir es Amazon, al que le están cayendo un aluvión de demandas y denuncias por vender y distribuir libros escritos por máquinas y productos falsos.

Durante el año 2023 Amazon detectó nada menos que siete millones de productos falsificados y 700.000 intentos de crear cuentas fraudulentas, y ya tiene un equipo antifraude de 15.000 personas. El problema se disparó desde que Amazon abrió la posibilidad de que se hicieran envíos directamente desde terceros vendedores. La plataforma online pasa a ser un mero intermediario que pone en contacto a un comprador desarmado con un distribuidor pirata. Y esto es delito. Tanto para quien fabrica como para quien intermedia la venta.

Es alucinante que esté ocurriendo lo mismo con los libros. Amazon ha tenido que limitar el número de títulos que una misma persona puede autoeditarse. Pienso que las autoridades que regulan el comercio deberían ir pensando en serio en crear una etiqueta como las de los paquetes de tabaco: “Las autoridades literarias advierten que este libro ha sido escrito por IA”. Y que cada uno decida lo que quiere comprar o consumir.

Los libros creados con IA son otra forma de pirateo cualquiera. En julio más de ocho mil escritores (entre ellos Dan Brown, Margaret Atwood y George Martin, de Juego de truenos) solicitaron a las empresas de IA que dejaran de plagiar sus libros. Y es que la IA, recordémoslo, no puede crear. Produce textos a partir de escritos de otros autores y sujetos a leyes de protección intelectual.

La tecnología va mucho más rápido que el legislador. Pero el legislador debe actuar. Y cuanto antes. El tema comienza a descontrolarse.

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