Un plátano, dos plátanos, tres plátanos...

Un inspector de sanidad puede acudir a un restaurante, examinar su nevera y decidir que clausura el local si las medidas higiénicas no son las necesarias. Una denominación de origen velará por que las bodegas cumplan las condiciones (la uva viene de aquí, es de tal variedad y no de tal otra...). El propio inspector de antes puede acudir a una tienda o al almacén de un labrador que venda verdura y fruta y controlar que las condiciones sanitarias, legales, sean correctas.

Pero este inspector de sanidad no hará nada de nada si en una gran superficie donde venden queso, yogur, maletas con ruedas, plantas de Navidad, desbrozadoras o salmón ahumado se venden unos plátanos verdes. Es decir, cosechados antes de tiempo, pensando que “madurarán” en la cámara frigorífica del barco y de la gran superficie, después. Estos plátanos no reúnen las condiciones necesarias. Son verdes y, por tanto, si alguien comete el error de comprarlos, no se les podrá comer, porque un plátano verde es incomible. Son muy baratos, claro. Pero no “son” plátanos, de la misma manera que un helado deshecho no es un helado y al igual que un pechuga quemada no es una pechuga. A nadie se le ocurre vender un ramillete de plátanos dañado, todos podridos, porque han caído del árbol, pero también están dañados si los han cosechado antes de tiempo. Estos plátanos irán a parar al cajón de debajo de la nevera. El comprador, esa noche, empezará uno y lo tirará, cuando lo pruebe. El resto pasarán allí el día 2, el día 3, el día 4 y el día 5. El día 6, repentinamente, todos se volverán completamente negros. El amo empezará uno, verá que está marrón y lo tirará, con los demás. Ese día, en la gran superficie, comprará otro ramillete, porque es barato, y volverá a empezar.