La política de telenovela
Hace un par de meses, Ernest Maragall hizo una reflexión en una entrevista a raíz de las campañas de falsa bandera de ERC. Ante las críticas sobre la "mala praxis comunicativa" de ERC centradas en la incoherencia que representa lanzar campañas de una inmoralidad pornográfica combinadas con eslóganes cursios como "el partido de la buena gente", Maragall iba más allá y apuntaba directamente a la comunicación política moderna como la raíz del problema. Según Maragall, la comunicación política actual y la construcción de un discurso político que integre una ética democrática/republicana o la posibilidad de tener un debate público sano son cada vez más incompatibles. La victoria de Trump después de una campaña repleta de mentiras, exabruptos xenófobos y misóginos o la ofensiva del PP contra el gobierno central y la AEMET poniendo en cuestión la profesionalidad de los científicos –legitimando pseudocientíficos, conspiranoicos, negacionistas y neoliberales anti-estado– para tapar la desastrosa gestión de Mazón, parecen dar la razón a Maragall. La "mala praxis comunicativa" es cada vez más la norma que la excepción.
Las estrategias de comunicación ya no son un instrumento de síntesis del discurso político para movilizar a votantes potenciales en campaña sino un instrumento de agitación permanente que aspira a definir el debate político a partir de un efectismo superficial pero atractivo a través del tan mencionado relato. Éste opera en unos cánones más propios de guión de telenovela relleno de clichés que glorifica la acción inmediata tratando de convertir ocurrencias banales en grandes aforismos para movilizar las emociones más primarias. Y si hace falta fabricar giros de guión macabras como el de los carteles de ERC o referirse a los inmigrantes haitianos como fagocitadores de perros y gatos por unas cuantas décimas de intención de voto, pues se hace, y al civismo democrático que lo bombin . Un modelo importado sobre todo de EEUU, donde los profesionales de la comunicación se esfuerzan por laminar el debate político a través de un presentismo opresor que asegura que éste no desborde el marco prediseñado convirtiendo, si es necesario, la política en un fangar. Un barro putrefacto donde la extrema derecha chapotea alegramente; donde el civismo es tragado por el lodo del odio; donde reina un guirigay que se retroalimenta con la polarización creciente; y donde la manipulación del significado de conceptos como la libertad, la igualdad o el respeto a los derechos fundamentales acaba por despejar la democracia de su espíritu pluralista. La reciente El ministro de propaganda, de Joachim Lang, sobre Joseph Goebbels se convierte en una película de una contemporaneidad realmente inquietante.
La reflexión de Maragall fue rebatida por un conocido experto en comunicación política que intentó separar las malas prácticas de la buena comunicación apuntando a que ésta depende de objetivos claros y buenos liderazgos. Ay, el liderazgo, palabra omnipresente importada de las facultades de empresariales que sirve para convertir ocurrencias tergiversadoras en aforismos churchilianos dos veces por semana. Todo empaquetado para poder ser viralizado en las redes sociales y como pienso para alimentar a una prensa en crisis cada vez más prisionera de la inmediatez y del clickbait.
La fabricación de emotividad no puede esconder su naturaleza artificial. Tanta trascendencia acaba por, a la larga, minar la credibilidad de la política e invalidar cualquier mirada transformadora que vaya más allá de la próxima semana. ha la lucha descarnada por el poder; y he aquí el ámbito en el que el concepto de liderazgo toma su significado real: es el de un entendimiento vertical de la política con líderes indiscutidos que eligen un gabinete de confianza, en el que los profesionales de la comunicación política son fundamentales, a pesar de no ser cargos electos, para conseguir o mantener el poder .
Y es aquí donde tenemos al ínclito Miguel Ángel Rodríguez y su "p alante", que representa la sublimación pública de la connivencia del ejecutivo de Ayuso con el poder judicial. Asimismo, encarna la evolución de una esgrima política cada vez más schmittiana en la que las tergiversaciones discursivas emigran hacia un poder judicial dispuesto a transformar la fabricación de relatos, con la ayuda de cierta prensa, en acciones penales contra políticos (ya vistas anteriormente contra el independentismo y Podemos) que pasan a ser enemigos a abatir. Enemigos que uno puede matar civilmente y celebrar su quema en la plaza pública para movilizar un punitivismo cada vez más extendido.
La comunicación política se encuentra en medio del presente deterioro democrático. Su creciente influencia ha dado alas a mandarines de la mentira y el odio y ha normalizado un antiintelectualismo cortoplacista que invalida cualquier transformación social integradora. Una profesión que influencia decisivamente el debate público pero desprovista de cualquier código deontológico y que tampoco rinde cuentas con la sociedad, pero que va minando el pluralismo que constituye las sociedades democráticas.