El qué y el cómo en política

Sin tener que llegar al extremo de comulgar con lo que sostenía Tony Blair para definir el pragmatismo de su tercera vía, cuando decía que "lo que importa es lo que funciona", es cierto que en política les qués necesitan uno cómo por ser creíbles. De modo que cuando los cómo fallan, los qués se tambalean. Y opino que aquí es donde ha quedado instalado el independentismo en Catalunya. El qué puede ser más vivo que nunca y probablemente quienes quisieran la independencia no han retrocedido tan significativamente como puede parecer a primera vista... oa primer resultado de encuesta. Pero mientras no haya un cómo convincente, una traducción electoral plausible del proyecto político, el qué se mantendrá razonadamente en una posición secundaria, a la espera de éste cómo.

Obviamente, los qués, los grandes objetivos, los horizontes, las aspiraciones, son fundamentales para toda acción, sea o no política. Incluso son necesarios cuando ya sabemos que representan ideales inalcanzables, pero que funcionan como un faro, como una guía. Decimos: no en la guerra; no al hambre; no a la injusticia... sabiendo que son unos intangibles. Y también es verdad, hay que reconocerlo, que existen formaciones políticas –en condiciones normales, extremas y minoritarias– que sobreviven cómodamente instaladas en algunos grandes qués, ahorrándose los cómo para los que no tendrían respuesta. Hay electores que tienen suficiente, con los principios. Pero, políticamente, no cuentan mucho porque su misma radicalidad les mantiene lejos de asumir unas responsabilidades de gobierno que no sabrían ni por dónde tomar.

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La independencia, que fue el qué durante una buena docena de años, incluso desde algo antes del fracaso de la reforma del Estatuto de 2006, supo imaginar y construir pacientemente un cómo, un camino y un relato que fue bastante creíble. Es lo que provocó su despertar allí donde el independentismo era latente. Es lo que permitió salir de aquél "ya me gustaría, pero no es posible" en el que, desgraciadamente, parece que hemos vuelto a caer. Es lo que hizo posible aquellas grandes adhesiones multitudinarias que no eran resultado de una alucinación colectiva sino de una confianza sólida en la fuerza de la movilización popular que, poco a poco, se veía cómo iba doblando la política institucional hasta ponerla mayoritariamente junto a la liberación nacional.

El desprecio al que después ha sido abocado ese fantástico proceso de despertar de las mentalidades políticas a favor de las libertades nacionales ha sido y es profundamente injusto. Y cruel. Y devastador. Es cierto que el cómo no tuvo éxito. Pero lo que ahora es descalificado como "procesismo" ha sido el cómo más poderoso que hasta ahora hemos conocido, lo que nos ha llevado más lejos en la extensión de la voluntad de ser un pueblo libre. Y el drama es que los bescantadores de aquél cómo, por ahora, no tienen ninguno alternativo mínimamente plausible. Y, por tanto, a la independencia política de los catalanes, a su liberación nacional, se puede seguir aspirando, pero ni los que la defienden abrondamente como principio irrenunciable saben explicar de forma convincente cómo se lo harán.

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No tengo razones para poner en entredicho la voluntad final de los actuales partidos y organizaciones independentistas. Pero todos deberían hacerse cargo que sin un cómo creíble se acaba desconfiando también de su intención final. O, aún peor, que en la medida en que colaboran en el cómo otros proyectos políticos que van en la dirección opuesta a la independencia, pueden desvelar sospechas de cierta deserción o aplazamiento hasta la semana de los tres jueves. Porque si bien no todos los qués tienen un cómo, lo que es seguro es que todos los cómo tienen un qué, un objetivo, una voluntad, aunque sea oculta. O dicho de otra forma, para explicarme mejor: no hay gobiernos que sólo gestionen, porque toda gestión, y particularmente si es o pretende ser buena, tiene un horizonte político preciso.

En definitiva, el actual desafío que tiene la independencia de Catalunya no es su justificación, ni sus razones, ni si se tiene el derecho a aspirar, sino el de su factibilidad. No se le puede pedir al ciudadano que vive atrapado en un día a día complicado que políticamente sólo vote principios, por deseables que sean. Yo nunca votaría a un partido que se presentara con un programa que dijera "No a la guerra" si no me decía cómo lo haría. Incluso desconfiaría. Pues lo mismo con la independencia. Diga uno cómo plausible, y volverá a estar allí. Aunque sea de final incierto, como el de cualquier batalla, pero que sea lo suficientemente convincente para reanudar el camino.