Polonia seguirá siendo un país dividido en dos. La victoria por la mínima de Karol Nawrocki, declarado euroescéptico y admirador de Orbán y Trump, en las presidenciales del domingo confirma la polarización del electorado polaco. El partido Ley y Justicia (PiS) seguirá siendo la primera fuerza de Polonia y deja tocado al ejecutivo liberal reformista de un Donald Tusk convertido en otro pato cojo de la política europea. La misión de Nawrocki, a partir de ahora, será preparar el camino para el retorno del PiS al gobierno en el 2027. A pesar de sus limitados poderes, la presidencia –así lo ha demostrado hasta ahora Andrzej Duda– tiene la capacidad de vetar leyes, y Nawrocki ya ha anunciado que mantendrá los vetos de su predecesor al reconocimiento al día siguiente. Es partidario de no rebajar el tono de la ley del aborto, ha dicho que bloqueará los esfuerzos de Ucrania por unirse a la OTAN, y ha prometido un referendo contra las políticas medioambientales de la UE.
Con una participación de más del 70% y en un escenario ya familiar en las últimas aventuras electorales que se han vivido en la Unión Europea, el candidato de la Coalición Cívica de Tusk y alcalde de Varsovia, Rafał Trzaskowski, logró sus mejores resultados en las principales ciudades del país, mientras que el mayoritariamente chicos. Esta división de Polonia en dos mitades sigue representando dos vertientes opuestas que ya coexistían en el movimiento de lucha anticomunista. El PiS de Jaroslav Kaczyński añora nostálgicamente a la Polonia identitaria en oposición permanente tanto en Rusia como en Alemania, y Tusk representa el sueño de una Polonia liberal que ha vuelto a quedar cuestionado en las urnas.
En 1998, el historiador polaco Jerzy Jedlicki publicó un libro de referencia sobre la Polonia del siglo XIX, que tituló Un barrio en la periferia de Europa. Pero la tensión social y electoral que vive hoy Polonia no tiene nada de periférica. Es una fractura estructural en la realidad de una UE con un centro político cada vez más estrecho. La derecha radical controla gobiernos o comparte el poder en Italia, Países Bajos y Hungría; y forma parte del principal bloque de oposición en Alemania, Francia, Austria y Portugal. La victoria ajustada del PiS supone un nuevo impulso para la familia política de los Conservadores y Reformistas, que controla a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y espolea a otros candidatos de la derecha radical como el líder euroescéptico de la oposición checa, Andrej Babiš, que confía en volver al poder en las elecciones de octubre. La líder de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen, sentenciaba que la victoria de Nawrocki certifica el "rechazo a la oligarquía de Bruselas" que intenta imponer sus "políticas autoritarias y ambiciones federalistas".
Una vez más, el reequilibrio de fuerzas en la UE se inclina hacia la derecha radical. El retorno de Polonia al núcleo de las decisiones políticas de la Unión Europea y el reforzamiento del entendimiento entre Varsovia, París y Berlín no han sido suficientes para decantar unas elecciones que se planteaban como un referendo al gobierno. La sensación de desencaje (real o percibido) que experimenta una parte importante del electorado de los países de la gran ampliación de la UE de 2004 sigue presente y es determinante en su compleja relación con el proyecto comunitario.
Los politólogos Ivan Krastev y Stephen Holmes explicaron hace tiempo las debilidades fundamentales de este proceso de integración concebido más como la imposición de un modelo a imitar que como una transformación real. La imitación –e importación de las instituciones liberal-democráticas y sus recetas económicas y sociales– se entendía como el camino más corto hacia la libertad y la prosperidad. Pero, según Krastev y Holmes, la vida del imitador produce inevitablemente sentimientos de pérdida de identidad, dependencia, inadecuación, inferioridad, y un tormento interminable de autocrítica.
El euroescepticismo y el desencanto institucional se han convertido en un elemento movilizador en los llamados países de Visegrád, desde el ultraconservadurismo del PiS al desafío geopolítico de Orbán, pasando por el populismo extremista del eslovaco Robert Fico en las filas.