Primeras tardes con Donald
1. ¿Un supuesto ultraliberal que basa su política económica en implementar medidas ultraproteccionistas, fijando aranceles a diestro y siniestro? ¿Un supuesto aislacionista que enfrenta a su país a medio mundo y quiere cortar el bacalao en todos los conflictos existentes? ¿Un supuesto ultraconservador que ha llevado una vida de bohemio mujeriego, que es alérgico a la religión y que no tiene ningún respeto por las tradiciones institucionales estadounidenses? ¿Un supuesto multimillonario que se pasa el día mendigando a multimillonarios de verdad para obtener fondos destinados a su campaña? ¿Un supuesto ultrapatriota que no quiere pagar impuestos? ¿Un supuesto obseso de la seguridad que fundamenta su acción política en imprudentes volantazos, decisiones erráticas y agendas caóticas? ¿Un supuesto defensor de las raíces europeas estadounidenses que no quiere saber nada de sus antepasados alemanes? ¿Un supuesto representante de las clases populares que vive rodeado de lujos? ¿Un supuesto antisistema que ha basado todas y cada una de las decisiones que lo han llevado a estar donde está en saber adentrarse en el corazón mismo del sistema? Etcétera, etcétera, etcétera. Ex contradictione quodlibet es una expresión escolástica que alude a una regla lógica derivada. Más o menos significa que partiendo de una contradicción se puede llegar a cualquier afirmación, por extraña que sea. La expresión, acuñada en algún remoto scriptorium monacal cuando se trataba de deglutir a Aristóteles, tiene ahora una actualidad extraordinaria, como acabamos de ver. En efecto: a partir de contradicciones, cualquier cosa, incluida la más absurda que podamos llegar a imaginar.
2. Donald Trump está sobreactuando. Le debe mucho a su público, a sus fieles votantes, y paga la deuda llevando su personaje hasta límites que no estaban previstos ni siquiera en su propia narrativa. El otro día dijo algo que me llamó la atención. Hacía referencia al inevitable tiro al pie colectivo derivado de establecer unos aranceles desproporcionados a México y Canadá. "La gente lo entenderá", dijo. Esto es muy significativo. Sabe a ciencia cierta que el voto que lo ha vuelto a hacer presidente no tenía ninguna base propositiva: era puramente reactivo. Sabe también –lo ha sabido siempre– que todo esto no va de datos macroeconómicos, ni de exportaciones e importaciones, ni de nada por el estilo, sino de los valores asociados a un determinado modelo de familia o a otro. Por esta razón no es sorprendente que sus primeras medidas, por supuesto sobreactuadas, fueran dirigidas contra la institucionalización del mundo queer/woke. La mayoría de los estadounidenses lo votaron por esta razón, y él no hace más que ser consecuente con lo que legitima democráticamente su mandato. Como ocurre en todo el mundo, el progresismo no posmoderno, el viejo progresismo basado en la idea de igualdad y no en la exacerbación de la diferencia ultraminoritaria, sabe que en este contexto tiene todas las de perder. La recomposición ideológica del Partido Demócrata, que es el único remedio para echarlo, implica deshacerse de historias que nada tienen que ver con la inmensa mayoría de las clases medias y populares de Estados Unidos. A Trump esto no le iría nada bien: prefiere enfrentarse a la cosmovisión queer/woke, quiere batallas culturales, porque así tiene todas las de ganar. Haciendo política de verdad todo sería mucho más complicado.
3. ¿Es probable que estemos empezando a presenciar, en riguroso directo, el fin de la hegemonía imperial estadounidense? Podría ser, aunque con algunos matices importantes. En términos escénicos, la sobreactuación de los primeros días del segundo mandato de Trump recuerda, si se nos permite la licencia hiperbólica, a la de Calígula, aunque en una versión de telefilme baratito: nombra cónsul a su caballo Elon Musk, decapita –en un sentido figurado– al primero que se cruza en su camino, toma medidas de carácter panem et circenses, etc. Pero hay una diferencia. En tiempos de Calígula, el Imperio Romano era un enorme, imponente, inexpugnable bloque de granito en todos los sentidos. No tenía competencia real (hablo de los tiempos de Calígula, no de los posteriores). Los Estados Unidos de Trump, en cambio, son hoy cualquier cosa menos una piedra monolítica: con un soplido tecnológico de China, una zancadilla comercial de la India y un cachetazo militar de Rusia pueden quedar fuera de juego en un santiamén (no nos menciono a nosotros, Europa, porque solo somos un actor secundario del damero internacional). ¿Qué puede pasar entonces? Teniendo en cuenta que de una contradicción se puede esperar cualquier cosa, mejor no hacer muchas predicciones.