Un propósito en la vida

O más de uno. No demasiados. Bien escogidos, realistas y motivantes al mismo tiempo. Que aprovechen nuestros talentos, nuestras habilidades. Que el mundo en el que vivimos lo valore, que tenga valor social, humano o profesional si deseamos que el propósito sea, además, nuestro medio de vida.

Explicaba la semana pasada que el propósito es uno de los resortes de la resiliencia, esa capacidad para salir fortalecidos de las situaciones difíciles, gracias a la adopción de nuevas metas vitales. Decía en los comentarios un suscriptor, con atino, que sí, pero que tenemos que ir con cuidado con lo que deseamos, con el propósito que nos proponemos.

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Establecer un propósito requiere inteligencia racional y emocional. Un propósito mal escogido o irrealista o desajustado a lo que somos o podemos puede desembocar en estrés, ansiedad, agotamiento, sacrificios innecesarios o excesivos que incluso afecte a nuestras relaciones personales y familiares. El propósito inalcanzable deriva en desilusión, desánimo y merma de la autoestima.

Por ello, es preciso que el propósito reúna cuatro condiciones: ha de ser algo que amemos y nos apasione; algo en lo que destaquemos o, por lo menos, en lo que seamos buenos y tengamos buenas capacidades; algo que el mundo necesite y, eventualmente, por lo que nos paguen (los japoneses lo llaman ikigai).

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Una vez definido el propósito, lo más importante es cómo nos vamos a relacionar con él a lo largo del tiempo. No podemos ser mentalmente rígidos, debemos mantenernos muy flexibles respecto al ajuste de nuestras metas a medida que vamos obteniendo resultados y, sobre todo, porque las circunstancias cambian constantemente.

El propósito es una dirección vital, pero en el viaje de la vida no vamos solos. Hay que equilibrar los esfuerzos y tiempo con otras áreas importantes de la vida, tenemos que cuidarnos también a nosotros mismos. La imagen típica del artista descuidado y solitario es reveladora. Su propósito lo aparta finalmente de todo lo demás. Un propósito no puede suponer hipotecar la vida entera. Para eso es esencial tener una buena red de apoyo, personas que nos acompañen y orienten en ese camino personal.

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Y, cuando sea preciso, redefinir las expectativas o adaptarlas. Eso no es rendirse. Eso es ser realista para que el propósito sea un camino de felicidad y no de frustración.