El proyecto convergente, 50 años después
Hablar de proyecto convergente cuando la herramienta que le hizo posible, Convergència Democràtica de Catalunya, ya no existe, puede parecer incoherente e incluso atrevido. Sin embargo, creo que no sólo es posible hablar de ello, sino que es necesario hacerlo desde la perspectiva de la Cataluña de hoy.
Ciertamente, en medio siglo el país ha cambiado mucho. Ha cambiado casi todo: la sociedad, los valores, el clima, la moneda, la globalización, las comunicaciones, el papel de la mujer, el tipo de inmigración, el sentimiento religioso, los servicios públicos, el progreso científico, la tecnología, la protección de los derechos humanos, la dimensión y la presencia de los poderes públicos... y un largo etcétera. Todo ha evolucionado, pero las esencias de nuestro país no han cambiado tanto como pueda parecer a primera vista. En sus cimientos, Cataluña sigue siendo el país que había cuando en noviembre de 1974, con Franco todavía vivo, nacía Convergència en Montserrat.
Cataluña era, y es, un país de inmigración. El origen de los inmigrantes ha cambiado, pero Cataluña era y es un país de mezcla, uno “melting puede”.
Cataluña era, y es, una identidad. El sentimiento de catalanidad existía y existe; la voluntad de sentirse nación existía y existe; la lengua, como pilar de nuestra identidad cultural, existía y existe, a pesar de los obsesivos intentos de menospreciarla o minimizarla.
Cataluña era, y es, un país de gente emprendedora y trabajadora. Es verdad que la intensidad de estos valores ha mermado, pero hay mucha gente que conserva el espíritu de iniciativa y de superación personal.
Cataluña era, y es, un país de vocación europea, desde nuestro sentimiento mediterráneo. No queríamos ser una realidad aislada, vemos en Europa el espejo de la democracia y la modernidad. Hoy somos ciudadanos europeos de pleno derecho, Europa es nuestro paraguas de protección para cuando soplan vientos de tormenta, y muchos catalanes querríamos una Europa más fuerte y más unida políticamente.
Cataluña tenía, y tiene, una gran capital, Barcelona, que no sólo es cabeza y casal, sino que representa la energía más potente para proyectarnos en el mundo entero.
La conclusión resulta evidente: en 50 años el edificio ha cambiado mucho, y, sin embargo, los cimientos que le dan estabilidad y solidez siguen siendo en esencia los mismos.
Convergència nació, y creció, con un propósito claro y definido: construir un país moderno, preservar y consolidar una identidad catalana, y poner a las personas en el centro de toda acción. Modernidad, catalanidad y humanismo. Y al servicio de ese propósito, la apuesta por el autogobierno, es decir, la caja de herramientas para construir el edificio. Cuantas más herramientas, mejor. Y cuanto más puestas al día, mejor.
Hay que saber distinguir entre Convergència y el proyecto convergente. La primera dejó de existir hace ocho años. El segundo sigue siendo necesario. Últimamente, se especula mucho si fue un error hacer desaparecer a Convergència. Es un debate lógico, a la vez que bastante improductivo, porque la decisión se tomó y no tiene marcha atrás. La confesión del president Pujol dio la vuelta a todos los esquemas, entre otras cosas porque él no había representado sólo un partido o un gobierno, sino que era el alma de un proyecto. Adicionalmente, la apuesta de Convergència por ejercer el derecho de autodeterminación y por la independencia, en línea con un sentimiento entonces creciente entre la sociedad catalana, puso en el punto de mira al partido ideado y creado por el president Pujol y sus coetáneos . Había que destruir a Convergència, sin escatimar medios, y el Estado los puso todos, legales o ilegales, con el objetivo de decapitar liderazgos y dinamitar el partido que daba fuerza y solvencia al anhelo de libertad de muchos catalanes. Con el paso del tiempo, hemos ido conociendo el alcance y profundidad de la operación que se diseñó desde el corazón del Estado para liquidar Convergencia y enterrar el Proceso.
Cataluña ha entrado en una nueva fase, como certifican los resultados de las últimas elecciones al Parlament. El partido socialista gobierna las principales instituciones del país. Y más de uno intenta seducir a antiguos o potenciales votantes convergentes para hacer crecer su base electoral. En esta situación, recuperar y actualizar el proyecto convergente tiene todo su sentido. No hablo de resucitar una herramienta que ya no existe, sino de recuperar plenamente un proyecto necesario.
Con afán de síntesis, he definido antes el proyecto convergente con tres conceptos, que siempre deben ir ligados: modernidad, catalanidad y humanismo. Sin embargo, hay que tener presente que estos elementos definidores deben ir acompañados de unos ingredientes que resultan fundamentales para entender el éxito prolongado de Convergència: estricta obediencia catalana, sin subordinaciones ni dependencias; liderazgo potente, aglutinador y capaz de irradiar más allá de sus propias siglas; coraje para defender las ideas y los ideales, huyendo de estereotipos ideológicos impuestos, y gente preparada, para generar confianza y ofrecer credibilidad a la ciudadanía.