Putin reescribe la historia
El presidente ruso, Vladímir Putin, ha hecho este lunes un golpe de fuerza en el conflicto con Ucrania anunciando el reconocimiento de las repúblicas prorrusas del Donbás, Donetsk y Lugansk, y, con un planteamiento abierto de confrontación con Occidente, presentándose como víctima de la política expansionista de la OTAN y de Estados Unidos en Europa del Este. La guerra en Ucrania está hoy más cerca. Mientras el presidente estadounidense, Joe Biden, da por hecho que Rusia ya tiene decidida la invasión, Putin cree lo contrario: que Occidente es una amenaza y que se está preparando para hacerle la guerra. Los líderes europeos, que hace unas horas eran todavía escépticos sobre el clima prebélico, menospreciaban la desesperación ucraniana y consideraban que los movimientos y declaraciones rusos se situaban sobre todo en el terreno de la propaganda, ahora ven más factible el baño de sangre que querrían evitar.
Putin ha mostrado la cara más patriótica y agresiva y ha dado el paso de romper las cartas de la baraja diplomática. Los acuerdos de Minsk de 2015, que ya estaban claramente en entredicho por la escalada de tensión sobre el terreno desde mediados de la semana pasada, han saltado definitivamente por los aires. En cualquier caso, la guerra de trincheras –supuestamente congelada– hasta hoy ha dejado más de 14.000 muertos en el Donbás. Y el escenario es ahora mismo más peligroso que nunca. La acumulación de fuerzas a ambos lados de las fronteras, y el cambio de tono del Kremlin, hacen temer lo peor.
El líder ruso ha salido este lunes a justificar su decisión con un discurso de acumulación de supuestos agravios históricos, empezando por la Constitución soviética de inspiración leninista, a su juicio un error propio desde el momento en que reconoció el derecho a la autodeterminación de las repúblicas soviéticas, lo que dio alas, al cabo de los años, una vez que el régimen comunista se había derrumbado, al resurgimiento de nacionalismos como el ucraniano. El pasado que extraña Putin es el de la gran patria rusa que el comunismo no habría sabido mantener. Putin considera que su país (el actual y el histórico) es víctima de sus propios errores, de la agresividad occidental y de los nacionalismos postsoviéticos: un triple victimismo. Y está dispuesto a reescribir la historia.
No es casual que su puñetazo político-militar, y su dialéctica de Guerra Fría, coincidan con el centenario de la Constitución soviética de 1922, que en esta visión ultranacionalista rusa sería uno de los orígenes de todos los males. Y no se sustenta en los hechos su visión de Ucrania como un país gobernado por una élite que ha traicionado la revuelta popular prooccidental de 2013, conocida como Euromaidán, que ya venía del precedente, una década antes, de la Revolución Naranja. Putin, frente al Euromaidán que ahora cínicamente parece defender, reaccionó anexionándose Crimea. Desde entonces ha seguido viendo a Ucrania como un peligroso estado antirruso atizado por la OTAN y EE.UU. y como una línea roja geográfica para frenar la influencia occidental. Y está decidido a pasar de nuevo a la acción. Ante esto, la Unión Europea no tiene más remedio que considerar seriamente la posibilidad de un conflicto armado. Antes, claro, las sanciones económicas son un paso necesario a aplicar con severidad.