El ratón ordenado

Ha empezado el año con las malas noticias de siempre y algunas nuevas, como los propósitos, pero todavía se puede oler un poco la lluvia tímida que nos ha caído encima. Cuando no podemos esperar que la meteorología nos acompañe ni que el mundo se arregle solo, aparecen, para darnos un respiro, las cosas pequeñas. Literalmente. No es que me encomiende a la ramplón, por bien intencionada que sea. El año nuevo todavía no me ha cambiado el cerebro. Pero la historia minúscula de un ratón me ha alegrado la vista y los pensamientos.

Ha pasado en Gales. Un cartero jubilado no entendía cómo los objetos que dejaba fuera de su lugar en el cobertizo del jardín aparecían ordenados al día siguiente. Para intentar resolver la incógnita puso una cámara de visión nocturna y finalmente tuvo una explicación visual. En las imágenes apareció Marie Kondo misteriosa: un roedor se encargaba de poner orden en el cubierto del jubilado de forma meticulosa, trasladando con delicadeza los objetos. Entonces, el cartero quiso ponerlo a prueba y colocó objetos que pesaban más para ver si el ratón también era capaz de moverlos. Y así fue. No se pierda las imágenes. Pero la bichito no era un maniático del orden. Tenía un propósito. Estaba protegiendo el botín de un robo. Lo que perpetraba a sí mismo llevándose la comida de los pájaros y que acumulaba en el lugar que después cubriría con los objetos desordenados. Él no hacía ver que les ordenaba. Pero la primera lectura humana nos ponía delante de un ratón de naturaleza pulcra. En su caso, el orden tenía que ver con la alimentación. El misterio quedaba resuelto. Y justificado.

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Del mismo modo que hay un ratón en la cultura española que se lleva los dientes de las criaturas y las cambia por regalos, o uno de la cultura norteamericana que preside parques temáticos, está bien imaginar que hay un ratón culturalmente universal que nos ayuda a ordenar todas las cosas que están fuera de sitio. Se podría encargar de sacarnos muchos trastos de encima y dar un paso más allá que el ratón galés que, al fin y al cabo, no tira nada porque todo le resulta útil para ocultar su saqueo. Nuestro ratón universal pondría orden al despropósito de ir a jugar partidos de fútbol a una punta del mundo sin derechos humanos oa las fachas que se están cargando la Comunidad Valenciana. También ordenaría las leyes iraníes que permiten azotar 74 veces el cuerpo de una mujer que ha decidido ser libre e ir sin velo por la calle e impediría que un padre pudiera matar a sus hijos para inyectar un dolor eterno a la madre de los niños. Con el ratón ordenado el plástico nunca habría llegado al mar ni de Galicia ni de ninguna parte y los virus dejarían de pasearse alegres por nuestras narices. Tampoco veríamos presidentes con sierras eléctricas ni candidatos lamentables pidiendo votos patrióticos. Marruecos no presidiría el Consejo de Derechos Humanos de la ONU ni se haría otra cumbre climática en cualquier sitio para nada. El ratón nos evitaría justificar por qué hablamos nuestra lengua y nuestra lengua sería hablada, escrita y respetada de la misma forma que quienes la hablamos y escribimos respetamos a las otras lenguas que no son la nuestra.

Quizás, ahora que pienso en ello, todo es demasiado trabajo para un animal tan pequeño. Y todavía caeríamos en lo de la explotación y el maltrato. Dejémoslo correr, pues. Dejamos el ratón en paz. Que nos sirva, si acaso, de inspiración. Trabajamos toda la noche para tener un día más aseado. Hagámonos una sorpresa a nosotros mismos. Y no hace falta que nos grabe nadie.