Recordando a Lluís Permanyer
Vivir junto a Lluís Permanyer me ha dado la posibilidad de mantener conversaciones de pie, en la calle, cuando coincidíamos por el barrio. Notabas las formas y los ritmos educados de una Barcelona de la Derecha del Eixample, de cuando jugaba en los jardines de la Gran Via vacía de coches, entre la rambla Catalunya y el paseo de Gràcia, y su padre era directivo del Barça. Los diálogos tenían un orden: introito sonriendo de reconocimiento mutuo, crítica mordaz del último invento del Ayuntamiento y despedida algo apresurado al estilo del "Paselo bien, que caen gotas", porque le estaban esperando en Radio Barcelona o en alguna aula universitaria para dar una conferencia. Le gustaba ir a pie a todas partes para demostrarse que Barcelona seguía siendo una ciudadcaminable.
Permanyer era la persona en la que coincidían urbanidad y urbanismo, y el periodista que ha marcado durante décadas el patrón del buen gusto barcelonés en tanto que activo denunciante de la Barcelona fea, con sus desproporciones y remontas. Fue el periodista al que Joan Miró confió la exclusiva que quería regalar a Barcelona los mosaicos del aeropuerto y de la Rambla y abrir lo que ahora conocemos como la Fundació Miró, en Montjuïc.
El 1 de octubre del 2017 compartimos un par de horas en el chaflán de la escuela donde nos correspondió votar en el referéndum de independencia. El gentío plantaba cara a las furgonetas de la Policía Nacional que bajaban por Pau Claris y se detenían un momento a imponer respeto. Y me dijo: "Igual que en la huelga de tranvías del 51, es la gente de Barcelona la que hace la historia".