Una rectora de Harvard
La dimisión de la rectora de la Universidad de Harvard, Claudine Gay, acusada de antisemitismo, es un buen ejemplo de las ramificaciones y la trascendencia de la invasión de Palestina por Israel. Nada, ni la cúpula de una de las universidades más prestigiosas del mundo, puede permanecer ajeno a ello, y de hecho la cultura y los centros de conocimiento son de los primeros en resentirse de los efectos de la guerra. Lo explica el alcalde de Gaza, Yahya R. Sarraj, en un artículo que puede leer en este diario: aparte de las víctimas humanas, una de las grandes pérdidas de la invasión es el patrimonio cultural que era el legado de años, décadas o siglos, y que ahora ha sido arrasado en pocas semanas. Siempre es así: la guerra conlleva, también, la demolición, o el expolio, de la cultura del enemigo.
En Harvard, la comunidad universitaria se ha polarizado –como lo ha hecho todo Occidente–, no solo en la tradicional división entre sionistas y propalestinos, sino también entre partidarios y detractores de la respuesta de Israel a los atentados de Hamás del pasado 7d octubre. En este contexto, la rectora Claudine Gay no ha sabido o no ha querido adoptar una postura equidistante, o renuente (que en la práctica fuera leída, por parte del sionismo y la derecha, como un sí a la invasión) que la protegiera. Y por eso, y porque su figura de primera mujer negra elevada al rectorado de Harvard resultaba demasiado icónica, ha sido sitiada hasta derribarla. La manera en que se ha llevado a cabo la labor de demolición contra la rectora debe de salir en el primer capítulo de los manuales de comunicación de la turboderecha: se somete al individuo que interesa perjudicar a una campaña intensiva de difamación y desprestigio, que incluye falacias tan flagrantes como imposibles de desmentir en medio del fuego graneado de los titulares. En el caso de Claudine Gay, doctora en antropología, le ha tocado defenderse de un clásico de las acusaciones contra personas dedicadas al conocimiento: plagio, una mala práctica poco verosímil en la trayectoria de alguien que ha superado el camino de rigor y exigencia que lleva a liderar una institución como Harvard. Finalmente ha decidido renunciar al cargo para poder defenderse mejor y para que la difamación contra ella no acabara perjudicando el nombre de la Universidad. La derecha global celebra la dimisión de Claudine Gay como un triunfo: de nuevo las hienas se congregan en torno a un cuerpo caído y muestran su sonrisa, que en realidad es una mueca carroñera.
Los dos grupos de enfrentamientos antes mencionados (propalestinos versus sionistas, y críticos y partidarios de Netanyahu) no coinciden, a pesar de que haya quien quiera suponer que deben hacerlo. Se puede ser partidario del estado de Israel y sin embargo deplorar la invasión salvaje que el gobierno de Netanyahu, con sus aliados de la extrema derecha, han desatado sobre Gaza, y también Cisjordania, con la excusa de responder a los atentados de Hamás. Una guerra planteada en términos de destrucción masiva y exterminio de la población civil. La doctora Claudine Gay no ha querido ponerse de perfil y eso le ha costado el cargo, pero también la honra.