El regreso de Polonia
Victoria. La Europa intolerante es hoy un poco más débil. Polonia tendrá que abrir ahora negociaciones para formar gobierno en un escenario postelectoral que nos es familiar. La derecha extrema ha ganado los comicios pero sin mayoría suficiente para poder gobernar, y la oposición, aliada en una coalición multicolor, liderada por la Plataforma Cívica de Donald Tusk, pero que agrupa desde el centroderecha hasta los liberales de la Tercera Vía y la socialdemocracia de Nueva Izquierda, espera con ganas su oportunidad para decretar “el fin de una mala época”, como resumía Tusk el domingo.
El giro político se ha confirmado. Sin embargo, el aire de cambio en Varsovia puede tener una traducción rápida: desatascar las reformas judiciales, que tanto reclaman desde Bruselas, desbloquearía los fondos europeos que tienen congelados desde la Comisión Europea; también puede haber una demostración explícita del regreso a las buenas relaciones bilaterales con Berlín, que ya recosió Tusk durante su anterior etapa como primer ministro.
Desafío. El acelerado “proceso de deseuropeización” de Polonia –como lo calificó hace años el analista Piotr Buras– ha quedado interrumpido. La OSCE había advertido reiteradamente de que los últimos comicios totalmente justos celebrados en Polonia habían sido las elecciones parlamentarias de octubre de 2015. Desde entonces, el PiS había desplegado una contrarrevolución cultural y política ultraconservadora que transformó el país, desdibujando las líneas divisorias entre partido, estado e Iglesia –como recoge un reciente informe de la German Marshall Fund– y erosionando el estado de derecho a toda brida. El gobierno polaco arrasó los derechos de las mujeres aprobando una de las leyes sobre el aborto más restrictivas de Europa y negando la violencia de género. Desafió la independencia judicial y la de los medios de comunicación, y deforestó una reserva natural protegida, patrimonio de la Unesco, en contra de las leyes comunitarias de conservación medioambiental.
Al mismo tiempo, sin embargo, el poder abusivo del PiS empezó a chocar reiteradamente con la movilización en las calles. En la masiva manifestación del 1 de octubre, Tusk hizo un llamamiento a consolidar una tercera ola de Solidarnosc –en referencia al primer y único sindicato libre del bloque comunista, autorizado en 1980 tras una enorme presión de la ciudadanía– para restaurar la maltrecha democracia polaca. La histórica participación electoral de este domingo –sobre todo el altísimo voto de las mujeres– ha sido su respuesta.
Las dos Polonias, sin embargo, siguen siendo una realidad. Los resultados electorales demuestran el roce entre un país aferrado a su identidad nacional y a la fuerza del catolicismo, orgulloso de un conservadurismo social, y la otra Polonia, la liberal, proeuropea y business friendly que representa Tusk.
Deseo. En la primavera del 2014, tras una abrumadora reelección del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, la extrema derecha polaca salió a celebrar la victoria del líder de Fidesz por las calles de la capital con gritos de “Hoy en Budapest, mañana en Varsovia”. Ahora se ha dado la vuelta a la tortilla. "Hoy en Varsovia, ¿mañana en Budapest?", pensarán desde la oposición húngara, que ni con una amplia coalición de punta a punta del arco parlamentario logró arrebatar el poder a Orbán el año pasado.
En Bruselas ya celebran el regreso del hasta hace poco presidente del Consejo de la Unión Europea. Pero, sobre todo, se aferran al deseo de que este revés electoral para el nacionalpopulismo que representa al PiS, el partido de Jarosław Kaczyński, sea el inicio de un nuevo regreso al centro, no solo en la agenda política polaca sino también en la del Partido Popular Europeo, donde Tusk se convertirá en el único primer ministro de un gran país de la UE gobernado, en estos momentos, por la democracia cristiana.