La represión, y también la subversión
Para entender lo que va de la victoria independentista del Primero de Octubre de 2017 hasta su (relativa) derrota en las elecciones catalanas del 12 de mayo de 2024, hay que considerar, en primer lugar, el papel de la represión ejercida por el Estado. Con el referéndum el Estado vio realmente amenazada su integridad, y ahora gallea de haber sabido revertir la situación. Sin embargo, la lógica de la represión pone el acento en nuestro miedo. Y miedo ha habido. Ahora bien, el miedo no lo explica todo.
A la hora de buscar otros determinantes, me ha parecido sugestivo el reciente artículo “Hemos sido subvertidos” de Ayaan Hirsi Ali (Somalia, 1969) en The Free Press. No para discutir el posicionamiento político conservador de la autora, sino por el testimonio que recoge del antiguo espía ruso Yuri Bezmenov (1939-1993), que desertó en 1970 y finalmente se instaló en Canadá. Es de Bezmenov, pues, el relato de la práctica de la subversión a la que recorría el KGB. ¿De qué se trataba?
La idea es que para sabotear y controlar un país determinado, el KGB lo intervenía en cuatro fases: desmoralización, desestabilización, crisis y normalización. La primera fase era la más larga porque tenía que afectar de lleno a una nueva generación. Había que desacreditar valores e instituciones para crear un “autoodio civilizatorio”, inculcar ideas autodestructivas y extender la desconfianza en la propia sociedad. Luego venía una segunda fase de desestabilización que fomentaba la polarización y fragmentación social y política. Llegados a este punto, la crisis –tercera fase– era ya autopropulsada por la propia sociedad, enfrentada interiormente. Por último, en la fase de normalización del proceso de descomposición, el enemigo ya tomaba el control “sin haber disparado ni una sola vez”, decía Bezmenov.
Pues bien: pienso que podemos aplicar esta lógica de combate político a lo que hemos vivido en Catalunya. Tras el 1-O, se ha entrado en un período largo de desmoralización que ha socavado la confianza en nosotros mismos. La propaganda para desacreditar a los líderes y atribuir a la lucha por la independencia todo tipo de declives, reales o imaginarios, ha sido intensa y eficaz. Desmoralizados, se ha desestabilizado internamente el soberanismo hasta fragmentarlo y enfrentarlo. Entonces se ha entrado en una crisis que ya no ha necesitado ser empujada desde fuera. Por último, el unionismo españolista ha tomado el control de la sociedad catalana. Era el objetivo del 155 entendido en un sentido amplio.
Se puede decir, pues, que la estrategia de subvertir a una sociedad en la que ocho de cada diez ciudadanos aspiraban a poderse autodeterminar habría triunfado. El adversario habría logrado convertir un desafío radicalmente democrático en una decisión supuestamente unilateral y autoritaria. Una retórica intencionadamente confusionaria que el independentismo ha comprado ingenuamente. Suspender un gobierno y un Parlamento elegidos democráticamente es una buena forma de poner en cuestión las instituciones de la Generalitat. Las ofertas de diálogo, los indultos y quién sabe si la amnistía habrían desestabilizado a las fuerzas cívicas y políticas, abocándolas a una sucesión de graves crisis internas. Las fases se habrían sobrepuesto aceleradamente en poco más de media docena de años. Y se habría logrado que la adhesión a la promesa independentista perdiera más de un tercio del apoyo, afectando principalmente a la generación más joven.
Como soy poco amigo de las teorías conspirativas, no diré que este proceso de subversión interior haya sido resultado de un diseño global. Pero es obvio que ha habido una operación Catalunya para desacreditar al independentismo. Conocemos el plan del PP de propaganda anticatalana para descarrilar un Estatut ya suficientemente debilitado y al que se sumó el Tribunal Constitucional. También sabemos que el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, orientó a la judicatura hacia un patriotismo que ha justificado la guerra jurídica. Y hace apenas seis meses, con poco o mucho plan detrás, pero con un claro espíritu golpista, Aznar aún aconsejaba aquello de "el que pueda hablar, que hable; el que pueda hacer, que haga; el que pueda aportar, que aporte; el que se pueda mover, que se mueva”. Un consejo incluso, parece, para algunos árbitros de fútbol. Por no mencionar las astucias tácticas más disimuladas pero bien urdidas del presidente Pedro Sánchez a la hora de negociar y debilitar el independentismo.
Sea como sea, poco o muy planificado, el intento de subversión ha existido aunque, afortunadamente, todavía no se haya consumado del todo. Y hay que esperar que la actual pérdida de control sea reversible.