La responsabilidad política de un 'like'

“Sé cuántas arrugas tengo en los ojos, por favor, volvedlas a poner”. Esta petición de Kate Winslet a los productores de la serie Mare of Easttown de HBO, donde interpreta el papel de una detective que investiga el asesinato de una chica adolescente, circula estos días por los medios de comunicación como si se tratara de un hecho extraordinario. Bien es verdad que no es la primera vez que Winslet, que también se ha negado a dejarse retocar la barriga en las escenas de sexo de la serie, abandera el body positive dentro del sector de la interpretación cinematográfica. En 2015 Winslet ya se había negado a cualquier retoque facial en el contrato con la marca L'Oréal. Un “basta”, “sin filtros ni photoshop”, al cual algunas otras actrices de Hollywood, como Shannen Doherty, se le han sumado a pesar de que, en mi opinión, son demasiado pocas todavía. Es por eso que la petición de Winslet tiene este cariz de demanda fuera de lo común a pesar de ser, paradójicamente, la demanda de mayor sentido común en una sociedad como la nuestra, esclavizada por la imagen, la apariencia, la eterna juventud y unos cánones de belleza inalcanzables para el 99,9% de la población.

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Por supuesto, la lúcida posición de Winslet pone de relieve, una vez más, la violencia estructural que sufren las actrices en cuanto a los requerimientos de perfección física exigida a la profesión. Una presión especialmente corrosiva en una industria como la de Hollywood, vinculada a los requerimientos del mercado y el dinero. Unos requerimientos de los cuales solo unas pocas, muy pocas, han conseguido escapar. En Europa, por ejemplo, Juliette Binoche o Isabelle Huppert son actrices que han interpretado algunos papeles mostrando el cuerpo con todas sus imperfecciones y signos de vejez. Dos excepciones justificadas por las características de los personajes a los cuales daban vida y avaladas por el prestigio de sus carreras.

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Asimismo, donde la presión estética causa mayores estragos sociales no es entre los personajes públicos sino en el anonimato del resto de personas reflejadas en los modelos de belleza que la industria audiovisual provee. Una tendencia facilitada y alimentada por las redes sociales, espacio donde el target adolescente se vuelve especialmente vulnerable. A pesar de que es cierto que en las mismas redes también se abren espacios para reivindicar la diversidad y los cuerpos no normativos en todo su abanico de posibilidades y matices, solo hay que echar un vistazo para darse cuenta de que lo que continúa prevaleciendo mayoritariamente es el canon de belleza clásico o, más bien, el deseo de lograrlo a cualquier precio, a pesar de que esto implique retocar, poner filtros, engañar y mostrar un cuerpo que no existe en la realidad. ¿No es lo que hacen miles y miles de personas cada día en Instagram o en TikTok? ¿Con qué objetivo final? ¿No se entrevé un océano de frustración detrás de este gesto aparentemente sencillo y banal?

La cuestión de los retoques se agrava cuando se le añade la intención de vender. Las fotografías y vídeos que circulan por las redes, donde chicos y chicas, pero también mujeres y hombres, exponen sus cuerpos con una gestualidad de escaparate de tienda hace evidente la naturaleza capitalista del dispositivo a la vez que revela una necesidad enfermiza de gustar a menudo desde una evidente sexualización. Son imágenes que difieren sustancialmente de aquellas que tienen intencionalidad artística o que buscan la belleza de los cuerpos como experiencia estética, normalmente alejándose del dictamen de belleza clásico.

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La cuestión no es fútil y muestra hasta qué punto el mercadeo se encuentra en nuestro ADN y cómo puede ser de destructivo el que la filósofa Alicia Puleo denomina el “patriarcado del consentimiento”. Un patriarcado que ya no necesita ser coercitivo ni penalizador porque son los mismos usuarios de las redes sociales, en este caso, los que aparentemente desean cumplir sus mandatos abandonándose voluntariamente a sus presiones. Pero, ¿de verdad lo desean? ¿No debe de ser que se les ha vendido una manera de ser, comportarse y desear que tienen que seguir si es que quieren ser aceptados, queridos, amados?

Todo ello pienso que impone la urgencia de abrir un espacio de debate profundo para concienciarnos de la enorme responsabilidad que comporta cada uno de nuestros like en las redes sociales. Si lo personal es político, como decía Carol Hanisch, las imágenes y vídeos a los cuales les damos un "me gusta" revelan invariablemente cuál es nuestro posicionamiento hacia la violencia estructural que el patriarcado capitalista ejerce sobre los cuerpos, ya sea en el requerimiento de exigir una perfección imposible de lograr en la realidad o bien en las formas de mercadeo de su sexualización.

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Anna Petrus es cineasta