Revertir la decadencia política
1. Fukuyama. "Es hora de revertir la decadencia política de América", decía el Financial Times Weekend. Era el llamamiento de portada de un artículo de Francis Fukuyama. La inquietud crece a medida que se avecinan las elecciones presidenciales americanas, y cada vez parece más irreversible un cartel electoral propio de una república bananera: Joe Biden, con indudables limitaciones físicas y verbales, ante la ofensiva reaccionaria de Donald Trump, autorizado a presentarse pese a sus pulsiones golpistas y la enorme carga judicial que lleva encima. ¿Ese es el nivel de la política americana? Mientras, el boicot republicano en el Congreso tiene medio paralizada a la administración demócrata. Ni siquiera es posible ponerse de acuerdo para ayudar a Ucrania. Entre otras cosas porque Trump sintoniza con Putin y lo que pueda ocurrir en Europa no es su problema. Que se defiendan los europeos.
Francis Fukuyama hizo ruido en 1992 con su libro El fin de la historia y el último hombre, donde narraba el triunfo del liberalismo, la sustitución de la política por la economía, la imposibilidad de proyectos alternativos. Era en la euforia del derrumbe de los regímenes de tipo soviético, pero a estas alturas deberíamos saber que el final feliz no existe y que el ruido de la historia no se detiene. Y ahora, precisamente, el liberalismo triunfante está derivando hacia el autoritarismo posdemocrático.
“La decadencia de la política, escribe Fukuyama, llega cuando las instituciones de una sociedad fracasan a la hora de adaptarse a unas circunstancias cambiantes”. Los ochos meses de campaña que tenemos por delante pondrán en evidencia esta enorme crisis. Cuando los sistemas democráticos de control y equilibrio no funcionan, las frustraciones se disparan. Es el fruto de las políticas de polarización que crean desgobierno y parálisis institucional. Fukuyama ve cómo gran parte de la población se deja llevar por absurdas teorías conspirativas y crece la admiración por los hombres fuertes y por los gobiernos autoritarios de ultramar.
Fukuyama pide que se reduzca la capacidad de las minorías para entorpecer mayorías y de racionalizar los complejos procesos y procedimientos que entorpecen la gobernanza. Empezando por el injusto reparto de escaños que la democracia americana arrastra desde su origen. La virtud de Fukuyama es que un liberal conservador como él pone sobre la mesa la escandalosa realidad con la que se enfrenta la sociedad americana en este año electoral. ¿Quién manda aquí? ¿Qué pinta la política? ¿Por qué los nuevos superpoderes tecnológicos y económicos dejan vía libre a tan patético espectáculo?
2. Confrontación. Visto desde Europa, lo que ocurre en EEUU es difícil de entender y al mismo tiempo inquietante por las transferencias visibles que se producen. La estrategia de confrontación simple y chapucera está cada vez más instalada en un escenario de inseguridad creciente que aleja a la ciudadanía de la tradición liberal y facilita la resurrección de las pulsiones patrióticas para empaquetar las ansiedades del momento. Solo el autoritarismo posdemocrático puede salir reforzado de ese episodio.
Es más fácil hacer ruido que presentar propuestas y soluciones. Es más fácil generar fantasías para los nuestros y descalificaciones de los demás que afrontar de verdad problemas en los que la política no siempre tiene capacidad para ser determinante: la evolución del poder económico y del poder tecnológico genera relaciones en las que no está claro –o a veces lo está demasiado– quién tiene la última palabra. Cada vez más el poder político debe actuar mirando de reojo. Y encubrir más que afrontar a los poderes exacerbados. Una inseguridad que se camufla en las instituciones democráticas en forma de discursos crecientemente autoritarios.
Todos sabemos que el principio electoral de la mitad más uno tiene efectos simplificadores y reproduce la eterna dinámica de los míos y los demás. Una lógica que contamina todo el aparato institucional. Lo que funciona no es tanto la solución de los problemas como la descalificación o demonización del otro. Y estamos de pleno en esa escena, dominada por los dos principales vectores de la confrontación: los conflictos patrióticos y la corrupción. Y para el agitador es muy importante que el ruido no decaiga.
La confrontación manda: cuando el interés por la amnistía decae porque ya se da por asumida, la derecha se vuelca sobre un caso de corrupción que afecta al gobierno, y a los problemas políticos de fondo –sobre las desigualdades, sobre las discriminaciones, sobre el clima, sobre los derechos fundamentales– les cuesta hacerse un hueco en la vida parlamentaria. ¿Es posible revertir esta situación como pide Fukuyama? La democracia pierde aura y el autoritarismo posdemocrático crece y crece. Y se multiplica.