Leemos un edificante y divertido artículo en el diario ARA sobre si la escuela debe celebrar o no las fiestas tradicionales. ¿Reyes, tió, ramadán, carnaval, San Juan? Quizá hay quienes, por la connotación religiosa no tienen mucho sentido, en estos momentos. ¿Comer pescado y no carne, por Cuaresma? Venga, va. ¿Disfrazarse? “¡No pienso ir con pijama a la escuela! No me gustan las órdenes del rey Carnaval y no me gustan los Reyes. ¡La peor semana del año!”, decían algunos progenitores al ARA.
Es cierto que tener que ser creativo y llevar un pijama a la escuela te obliga a muchas cosas. En primer lugar, tener un pijama cuqui. Y es cierto que hay muchos hijos de progenitores —conozco a una— que se ha pasado la vida yendo con calcetines desparejados y el día que en la escuela el rey se lo mandaba, no sabían qué hacer. Pero también es cierto que el Carnaval se ha hecho antipático porque se ha apropiado de ello la “creatividad” normativa de la escuela, mientras que, por ejemplo, el Halloween es simpatiquísimo, porque la escuela lo rechaza en favor de la siempre aburrida y anticlimática Castañada. Disfrazarse, pero para dar miedo, siempre gusta. Y, además, hacer de zombie es muy poco comprometido. Manchas de sangre una camiseta, la esparracas ya comer cerebro.
Quejaos, como yo me he quejado, del Carnaval, de las maestras motivadas, del trabajo extra que supone disfrazar los vástagos. Pero piense, también, en aquellos versos del poeta, que te dicen que despiertes, que es un nuevo día, que la luz del sol, viejo guía, por los quietos caminos de humo, y concluyen con esta sentencia terrible: “No dejes nada por caminar y mirar hacia poniente, pues todo, en un momento, te será tomado”. Quiero decir que Carpe Carnavalem.