El rompecabezas catalán
Las elecciones catalanas celebradas el 12 de mayo han dejado algunas certezas y un montón de interrogantes. Si empezamos por las primeras, constatamos que el independentismo se queda corto por primera vez desde el inicio del Proceso, que el unionismo suma holgadamente, que la rivalidad en el campo soberanista se decanta a favor de Junts y que la fragmentación del Parlament aumenta con la entrada en escena de Aliança Catalana. Si nos fijamos en los segundos, observamos que la investidura de un nuevo presidente no está asegurada, que las mayorías aparecen inestables y débiles, y que la repetición de las elecciones, por poco conveniente y deseable que sea, se cierne en el horizonte.
Todos aquellos que en su momento apostamos por salir del terreno conocido de la autonomía para adentrarnos en las tierras inhóspitas de la soberanía no podemos, ni queremos, contemplar con satisfacción alguna el panorama político que ha quedado . Ciertamente, este panorama es el resultado de la voluntad de los catalanes libremente expresada en las urnas, de los que han votado y de los que no lo han hecho. En este sentido, nada que decir, salvo que la responsabilidad de los políticos consiste en encontrar soluciones para convertir la voluntad de la gente en fórmulas operativas. Algunas veces, no siempre, estas soluciones pasan por aceptar sacrificios personales o de partido, en beneficio de un bien superior, sea éste un proyecto colectivo o un país entero.
El resultado que como demócratas aceptamos, pero que a muchos no nos gusta, es consecuencia de varios factores: el agotamiento que provocan años de cabecear con la cabeza contra un muro de hormigón, la dura represión del Estado – a veces ilegal, a veces ilícita, siempre carente de ética–, las prisas excesivas de algunos compañeros de trayecto, la ausencia de cultura política acompañada de cierto gusto por la antipolítica, el rifirrafe constante y siempre ensordece, la gesticulación por esconder la falta de ideas, y los errores compartidos. Podríamos añadir otras explicaciones, pero no es necesario. Lo que de verdad cuenta es que por ahora el independentismo ha perdido la mayoría, que el Proceso tal y como lo hemos conocido y vivido queda para los libros de historia, y que hay que repensar y reconstruir un proyecto de país ilusionante , solvente y ambicioso; sin renuncias, pero al mismo tiempo recordando lo que un ilustre héroe y diplomático de la Francia libre dejó escrito: “Siempre es necesario conocer los límites de lo posible. No para detenernos, sino para intentar lo imposible en las mejores condiciones”.
Hecha el análisis, queda por salir lo más relevante de todo ello: qué salida tiene el rompecabezas que ha quedado. Las piezas están ahí, pero tal y como han quedado diseminadas por el tablero de juego tienen difícil encaje. A estas alturas, sólo se divisan dos salidas, aunque nunca se puede descartar del todo una curva de última hora. Salvo, pues, un milagro, los dos escenarios más probables son: Salvador Illa es investido presidente y forma un gobierno en minoría, o vamos a una repetición electoral.
La primera opción permite arrancar la legislatura, pero tiene dos problemas importantes, que no se pueden descuidar. El primero, un gobierno en franca minoría no podrá afrontar los grandes retos de país como el pacto fiscal, la educación, la inmigración, las infraestructuras o la lengua. El segundo, un gobierno Isla sin Juntos o ERC formando parte sería el primer Govern desde 1980 sin ningún partido de estricta obediencia catalana. Todo ello tiene consecuencias, y no menores.
La segunda opción, la repetición electoral, sólo tendría algún sentido si sirviera para cambiar el tablero de juego que dejaron las elecciones recientes. Si se realizan nuevas elecciones con los mismos parámetros, el resultado no será muy diferente. Se habrá perdido tiempo y dinero, y se habrá aumentado más la fatiga de mucha gente. La abstención, ya bastante elevada, puede crecer; Aliança Catalana puede sumar algún diputado más, y el bloque independentista puede quedar más debilitado. Todo, mal negocio. En cambio, si en unas nuevas elecciones los dos principales partidos independentistas sumaran esfuerzos en una plataforma electoral conjunta, quedarían claramente primeros. Y entonces sí, podrían exigir a los socialistas que facilitaran la gobernabilidad en Catalunya. Durante un mínimo de tres años, estabilidad en Madrid y en Cataluña. Con una agenda reformista a ambos lados, y con acuerdos transversales en grandes temas de país definidos previamente como inaplazables y prioritarios. Este escenario daría un equilibrio de fuerzas que permitiría hacer mucho más trabajo: en Madrid, gobernando a los socialistas con el apoyo de los independentistas; en Cataluña, gobernando los independentistas con el apoyo de los socialistas.
Soy más que consciente de las enormes dificultades de un esquema como éste. Sé de las reticencias, e incluso de la insoportable urticaria que esto provoca en algunos. Sin embargo, no puedo dejar de formular esta llamada dirigida al mundo soberanista: evite nuevas elecciones si de lo que se trata es de seguir haciendo lo mismo. Y si finalmente el escenario aboca a repetir las elecciones, cambie el tablero de juego, encaje las piezas del rompecabezas y gane.