Rosalía y el trabajo como identidad

Después de tres años de silencio en cuanto a su proyecto musical en solitario, Rosalía acaba de publicar Lux. Un disco en el que explora la mística femenina y se rinde a la religiosidad, convirtiéndose en receptáculo de un saber superior, como ya hicieron Santa Teresa de Jesús o Hildegarda de Bingen. Así lo desvelaba la propia artista en Popcast, el podcast de música del New York Times, una semana antes de la publicación del álbum.

Lo que también han revelado estas primeras entrevistas es su proceso creativo: más allá de estar delante de la página en blanco, comparte su rutina de madrugar y de acostarse muy tarde para pasarse el día en el estudio. No es la primera vez que oímos a Rosalía hablar de su dedicación al trabajo. En su colaboración en New woman (2024) con Lisa ya decía "Yo vivo para cantar, no canto para vivir", oa Antes de morirme (2016), con C. Tangana, "To' día working, sin descansar". En los últimos años hemos visto una proyección de la figura de Rosalía como una artista devota en su trabajo todas las horas del día.

Cargando
No hay anuncios

En la entrevista con los periodistas musicales de Popcast comenta que ella necesita escribir sus letras tumbada en la cama. Sólo así, en un estado de ensueño, puede escribir bien. Esta imagen nos remite al videoclip de Tuya (2023), en el que Rosalía aparece cantando, escribiendo y arreglándose en una cama redonda como la de Hugh Hefner, el fundador de la revista Playboy. Esta famosa cama, que analizó el filósofo Paul B. Preciado en Pornotopía (Anagrama, 2020), estaba equipado con vídeo, teléfono, radio e hilo musical; era una auténtica plataforma de producción multimedia desde la que el magnate trabajaba sin descanso –según su biógrafo consumía dexedrina, una anfetamina que elimina el cansancio y el sueño–. Preciado señala que Hefner había inaugurado, mucho antes de la aparición de las redes sociales y los móviles, el régimen farmacopornográfico, un momento en el que el trabajo y el ocio se han convertido en indiscernibles en un mismo espacio. Y es que, aunque Rosalía no quiere caer en etiquetas ni identidades, ha creado una muy sólida a través de la personificación de la figura de artista, siempre dispuesta para la creación.

Cargando
No hay anuncios

El artista o genio es una figura que culturalmente se ha asociado al creador obsesivo, inmerso en sus intereses y trabajando a destiempo. Pero Rosalía no es una pintora solitaria encerrada en su taller. Tiene contrato con una gran discográfica y trabaja con un equipo que debe ser capaz de marcarle el ritmo y de diseñar todas sus apariciones públicas para que ayuden a construir el concepto para el nuevo disco: los vestidos blancos, los velos, Callao como una aparición mariana, la aureola decolorada en el cabello... a pesar de dedicarse a una profesión Richard Florida–, su forma de mostrarse es un reflejo del trabajador incansable de nuestro tiempo. Y es que filósofos como Eudald Espluga, Juan Evaristo Valls Boix o Alicia Valdés han analizado nuestra relación con el trabajo en el siglo XXI, sobre todo a partir de la popularización de las redes sociales. En el giro del trabajo contemporáneo se han convertido en nuestras cabezas. Decididos a vivir de lo que nos gusta, hemos convertido el trabajo en el pilar fundamental de nuestras vidas. Las redes sociales pueden convertirse en un vehículo para cumplir nuestro sueño, pero también pueden hacernos esclavos de unas plataformas privadas que sólo buscan tener mucho contenido para mantener la atención de los usuarios y vender los datos a anunciantes. El trabajo ya no se reduce a la jornada laboral, sino que en nuestro tiempo de ocio escogemos actividades que puedan ayudarnos a mejorarnos como sujetos o intentamos hacer del nuestro hobby nuestra profesión. La cama de Hefner se ha extendido por todas partes a través de las redes sociales comerciales.

El neoliberalismo contemporáneo ha producido la ficción de que conseguir el trabajo de nuestros sueños y tener éxito laboral depende de nosotros, haciendo abstracción de las realidades materiales y sociales de cada uno. Se nos responsabiliza tanto de los logros como de los fracasos, como si el mito del hombre moderno que se vale por sí mismo fuera real y no dependiéramos de una red de cuidados que nos mantiene desde que nacemos. En este contexto, Rosalía aparece como la imagen perfecta de una época que ha confundido la pasión con la productividad y el trabajo con la identidad. Hasta que no podamos digerir bien el disco no sabremos siLuxaboga por una abstinencia de dopamina o si termina alimentando la misma lógica de la productividad y la visibilidad constante propias del capitalismo de plataformas.

Cargando
No hay anuncios