Sally Rooney y la Flotilla por Gaza

Hace unas semanas, Sally Rooney expresaba en el Irish Times su apoyo a Palestine Action, declarado grupo terrorista en Reino Unido, y anunciaba que, desde entonces, destinaría los ingresos de derechos de autor de sus libros y derivados audiovisuales a financiar la red de acción directa propalestina. Pocos días después, zarpaba la Global Sumud Flotilla hacia Gaza, encabezada por iconos como Greta Thunberg o Ada Colau junto a activistas, músicos, médicos... Asimismo, en el Festival de Venecia, la escritora Annie Ernaux y la cineasta Céline Sciamma leían un comunicado que denunciaba el genocidio: "No dejemos que el arte se convierta en el peor cómplice".

La situación actual se deja leer de varias formas. Hay quien dice que cualquier forma de activismo propalestino es un lavado de cara: el intento de situarse en el lado correcto de la historia en un momento en el que el reconocimiento del genocidio es prácticamente unánime. Hay quien dice, en cambio, que es en vano: ¿qué cambiarán algunas provisiones simbólicas de comida si la Flotilla logra llegar a puerto? ¿Dónde quedarán las palabras de Ernaux y Sciamma en un festival basado en el lujo, el exceso y la celebración? También hay quien dice que se trata de un gesto fundacional, una estrategia para cambiar el marco de pensamiento colectivo: intervenir en la opinión pública y transformarla. Ahora bien: ¿por qué se transforma la opinión pública? ¿Es porque cada vez se levantan más voces en contra de la destrucción, o bien porque la destrucción sigue sin límites hasta arrasar también con la moderación y la defensa del statu quo de los más conservadores? Y todavía hay quien dice que se trata, en realidad, de un gesto desesperado, de la reivindicación de la agencia propia y colectiva ante la inacción gubernamental: eso de "solo el pueblo salva al pueblo". Sea como sea, y se lea como se lea la situación, genera frustración e impotencia. Es cierto: no existe un manual para el ciudadano ejemplar en casos de genocidio. Tampoco para el artista. ¿Cómo se hace uno cargo del momento histórico en el que vive?

Cargando
No hay anuncios

Marina Hyde se hacía esta pregunta hace unos días en The Guardian, y sentenciaba: "Acabar con el horror en Gaza aún depende de las peores personas del mundo", en referencia a Netanyahu y Trump, pero también a los dueños de las plataformas digitales que llenamos a diario con contenido de denuncia. Antes afirmaba que no existe un manual para ser un ciudadano ejemplar en casos de genocidio, pero sí existe una convención para prevenir y sancionar el delito de genocidio aprobada en 1948 por la Asamblea de la ONU (obviada por la mayoría de los firmantes). Hyde tiene razón: desconocemos nuestra responsabilidad histórica, y nos entregamos como un consuelo a las redes sociales que nos "atomizan y narcotizan".

Y ahora, la pregunta: ¿cómo termino este artículo? Hyde concluye el suyo con cierta desesperanza, pero con una buena dosis de realismo: "El camino hacia la paz sigue pasando por los políticos en el poder". Pero no seré cínico con las formas de objeción que mencionaba antes. Hay mucha inteligencia en todas ellas: Rooney sabe que financiando a Acción Palestina no salvará a nadie, pero es consciente de que pone al Reino Unido contra las cuerdas (¿la arrestarán por terrorista?, ¿censurarán sus libros?); y dudo que algún miembro de la tripulación de la Flotilla crea que acabarán con la hambruna en Gaza (¿llegarán a tiempo?), pero si son detenidos de nuevo en aguas internacionales, la presión sobre sus líderes políticos aumentará. Los "malos", como dice Hyde, acabarán decidiendo, sí, y el camino que hay que recorrer es todavía "largo, peligroso y precario", pero si la historia ha hecho familiar este camino que trazan los poderosos, como afirma Hyde, la historia también ha hecho familiar el camino de la desobediencia.

Cargando
No hay anuncios

O el de la ventriloquia, que trata de mover los labios y que se oiga una voz que no es propia. Escribió sobre ello a fondo la filósofa Gayatri Chakravorty Spivak, que en ¿Pueden hablar los subalternos? (publicado por Manifest con traducción al catalán de Helena Borrell Carreras y Maria Comas Carreras) afirma que ninguna voz poderosa (reconocida, pública, que se escucha) podrá hablar nunca a ciencia cierta por los que no tienen voz: solo podrá ser portavoz. Esto ha pasado siempre, y las luchas que nos llegan, lo sabemos, nunca son las luchas que se están luchando: son un derivado, un sucedáneo, un eco. ¿Recordáis la fotografía de hace veinte años en la que Edward Said lanzaba una piedra hacia territorio israelí? Quizás no sirvió de nada. O quizás sí: primero, para decir que aquel era un "gesto de alegría" que celebraba la retirada de las fuerzas de ocupación de territorio palestino; segundo, para explicar la lucha precaria de ese pueblo, con piedras, contra uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Quiero pensar que Sally Rooney, la Flotilla o Annie Ernaux hacen exactamente lo mismo. Desde aquí, lo mejor que podemos hacer es no dejar de hablar de ello.