Salvar Cataluña con un canónigo blanco

Jaume Caresmar Alemany murió trabajando pocos días antes de cumplir 75 años. No cayó de un andamio, tampoco le pisó un tractor: lo palmó resucitando a Catalunya. Es difícil saber si se desplomó sobre alguno de los 2.582 documentos de la Colegiata de San Pedro de Àger que había transcrito. Un pequeño canapé intelectual de la atraconera grafómana que fue su vida. Exhumamos el ataúd.

Cuando se lo llevaban con los pies por delante, las manos se quedaron atrás. Su colega y discípulo, Josep Martí, empezó a apilar los documentos que Caresmar había sobre todo transcrito durante esos cabezudos, obsesivos y enfermizos 49 años allí. Hay 103 manuscritos. Martí organizó los diversos libros y legajos en 25 categorías de un único o varios volúmenes. Todo esto es difícil, e infinitamente incompleto, de traducir, pero estamos ante una balanza de 20.000 a 25.000 documentos. De todo esto sólo quedan unos cuantos papeles heroicos. Los únicos que sobrevivieron (¡y de milagroso y extraterrestre modo!) a robos, confiscaciones, expolios y la bomba atómica final: la Guerra Civil. ¿Todo para nada?

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Cuando en 1742 Jaume Caresmar entró vestido de blanco en el monasterio de Les Avellanes, se ensució de repente. El monje premonstratense queda tan cambiado con lo que descubre que ni san Agustín le puede limpiar el hábito en el lavadero. Venía para ordenar el archivo, aparte de hacer ouija con el otro mundo, pero se encontró aquello y se arrodilló ante otra eternidad en vida. Han pasado los siglos y todavía pocos habitantes del planeta Tierra, y ya no digamos de Cataluña, saben, y quieren saber, que Avellanes, el glorioso, por favor acota la cabeza, monasterio de Santa María de Bellpuig de les Avellanes (1166), es donde se construye el primer panteón de una dinastía real en Cataluña. Aquí, los megagloriosos, sí, hacia abajo, condes de Urgell deciden morirse, enterrarse y ser eternos con unos sepulcros con salvoconductos artísticos oculares con el más allá: puro Minority report. Pero Caresmar se queda blanco no por razones textiles, cuando entiende que todo esto significa una cosa: el condado Catalunya era un estado. Físico y anímico. ¿Y qué hace? Se pela; no, es broma. Pero sí resucita.

Se pone a transcribir como un loco, un loco, un tarado. Todos aquellos pergaminos, manuscritos, papeles... Siglos vivos. Todo esto demuestra que él, que nació en 1717, después de la fiesta mayor que nos convierte con sangre y ley en lo que no somos y no existía –españoles–, es falso, mentira. Éramos un estado y hablábamos de tú a tú con reyes, príncipes, Papas, caballeros, ponis... desde un chalet de Les Avellanes. Algunas de esas gotas de sudor le sirven, en 1771, para escribir el Discurso sobre la agricultura, comercio e industria del Principado de Cataluña. La tesis es obvia, y como todas las obviedades, se olvida: Cataluña había sido más rica y poblada antes de 1714. Era el pasado, la "antigor". Pero era. Regreso al futuro.

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La cosa es de una cuántica bestialidad que ni Michael J. Fox harto de vino al volante del DeLorean. Tienes todo un grupo de tipos copiando como chalados. Sin cesar, hasta morir. Y de ahí sale todo. Es falsa la Renaixença que le explican. Éste es el inicio de la Renaixença. De ahí beben a morro, a pezón, por vena, de Bonaventura Aribau a Pitarra, pasando por Prat de la Riba, Macià... Hasta la fecha. De ahí sale la parte del todo. La inspiración de lo que fue, realmente, Cataluña. Desde Les Avellanes como un depósito de misiles ideológicos. Hay una idea clave: necesitamos copiarnos para estar vivos. Si somos una nación es porque somos una transcripción. Nos roban/dejamos robar siempre el original, y resucitamos gracias la copia. Y ahora, puede hacer todas las comparaciones con la actualidad. El camino, el futuro: transcribir, transcribir, transcribir... Cataluña es una transcripción. Cuando dejemos de transcribir, seremos.