De Sam Altman a Napoleón

1. Open AI. “La cultura del mundo del desarrollo tecnológico y la ingeniería tiende a favorecer un comportamiento Alfa, donde quieres ser el primero en sacar algo nuevo o en obtener un mejor resultado. Esto puede desincentivar trabajar con consideraciones éticas”. Lo dice, en una entrevista en El País, Margaret Mitchell, que ha estado en Barcelona y es reconocida en el terreno de la ética y la inteligencia artificial. Me parece una consideración trasladable a otros muchos campos de la experiencia. "Siempre más": el lema que hace de motor de la humanidad. ¿Quién se detendrá si piensa que puede llegar primero, que puede ir más allá que los demás? En la investigación científica puede hacerse más patente que en otros campos, pero en definitiva es una expresión más de la voluntad de poder, que ha dado grandes conquistas pero también la peor de las catástrofes: la pérdida de la noción de límites, fuente de tantos desastres ya sea en la vida personal o en la social.

La inteligencia artificial nos confronta una vez a más a este problema. Y con las incertidumbres de siempre: ¿cómo y quién marca los límites? Pero vamos a parar a lo mismo: ¿quién tiene el poder de hacerlo?, ¿y cómo impedir que abuse de él? Decía Montesquieu que la razón y la libertad nos singularizan como especie y nos dan la capacidad de pensar y decidir por nosotros mismos. En cualquier caso, es el orgullo de la inteligencia como capacidad determinante de nuestra condición. Y, por tanto, oír hablar de inteligencia artificial genera un cierto susto. ¿Qué ocurre si puede más que nosotros? Si el campeón mundial de ajedrez ya no puede ganar una partida a la máquina, ¿qué será de todos? Da miedo. Y es lógico porque estamos escamados.

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¿Quién tendrá el poder de gobernarla? ¿Cómo será la vida humana en manos de la inteligencia artificial? No son cuestiones menores. Estamos hablando del futuro inmediato, que avanza a ritmo frenético. Esperar es llegar tarde. Y la pregunta es: ¿quién lo controlará? ¿Qué será de los estados en el reino de la IA? El espectáculo de salida y regreso que han dado Sam Altman y OpenAI no ha hecho más que aumentar la confusión. Y la sensación de riesgo.

2. Musk. Un detalle que poco tiene que ver con la cuestión anterior, pero que da indicios de hacia dónde hay que mirar. Elon Musk, el hombre de X, un exhibicionista sin sentido del ridículo, si se me permite la expresión, figura emblemática de los poderes económicos globales, se ha colado en el carrusel de visitas a Benjamin Netanyahu. ¿Qué hacía allí, con voluntad de hacerse ver, en medio del desfile de dirigentes políticos mundiales? ¿Hacerse perdonar un mensaje antisemita que provocó fugas en la red? Para saber adónde va el mundo, cada vez es más importante seguir la pista de quienes tienen poderes que saltan las fronteras e inciden en las guerras y en las paces. Por el momento, Musk ha entregado a Israel el control de la red Starlink en Gaza. Demostración de poder y acatamiento a la vez. Así van las cosas.

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3. Ridley Scott. He visto la película de Ridley Scott, con ese ritual obsesivo de la teatralización de batallas clásicas que tanto gusta a algunos directores. Minutos y minutos perdidos en la exhibición de un festival de violencia a través de paisajes vestidos de un deje romántico abrumador que te dan ganas de levantarte y marcharte. Una absurda mitificación de la guerra que no lleva a ninguna parte. Salí con la sensación, inicialmente compartida con los compañeros de aventura, que la película era de una grandilocuencia banal, sin pies ni cabeza. Napoleón como pretexto del enésimo superespectáculo de Scott (y tiene alguno bueno, todo hay que decirlo). Sin embargo, después de masticar algo más lo visto, se fue imponiendo la idea de que, en el fondo, el resultado del juego de Ridley Scott era una drástica desmitificación de Napoleón. Ha hecho un personaje sin ninguna empatía, escondido tras un rostro anodino de hombre sin otro atributo que la voluntad de poder, que va de golpe de estado en golpe de estado, de exilio en exilio, que se divorcia para tener un heredero que no tendrá, hasta el derrumbe.

La desmitificación de un personaje que Ridley Scott desnuda confirmando que en la historia el carisma es el poder y el relato que emana de él. Más aún antes de la sociedad de la imagen. Los súbditos nunca habían visto la cara de Napoleón.